Unidos para progresar
Let me tell you about the very rich.
They are different from you and me.
F. Scott Fitzgerald.
La discreción o el secreto de los ricos mexicanos no ha hecho fácil la tarea de estudiarlos como grupo de poder desde el punto de vista político ni desde la perspectiva de la antropología social.
¿Quiénes son realmente los dueños del país? ¿Hay una diferencia sustancial entre los político y los empresarios en relación a su riqueza acumulada? ¿Quién es el hombre más rico de México: Emilio Azcárraga o Carlos Slim o Hank González, Miguel Alemán o Eugenio Garza Lagüera? ¿Son iguales los ricos capitalinos que los regiomontanos?
¿Realmente Raymundo Gómez Flores se benefició, más que Carlos Slim, del sexenio salinista? ¿Los ricos del df siguen siendo afrancesados, como en el pasado reciente, porfirista y reincidente, o ahora están más bien norteamericanizados, ya que a la menor provocación presumen de su inglés y no ocultan que ignoran el francés?
¿Qué tan ricos son los ricos mexicanos?
¿Son muy ricos? ¿Tanto como los ricos de Houston o como algunos árabes? ¿Cuál ha sido su relación de complicidad —su solidaridad de clase— con los presidentes de la República? El 23 de febrero de 1993 entre 25 y 30 de esos multimillonarios asistieron a una cena en casa de Antonio Ortiz Mena en la que éste, en presencia del Presidente de la República, les pidió que contribuyeran con 25 millones de dólares cada uno para el financiamiento del pri.
Entre las 200 fortunas más grandes del mundo en 1988, según la revista francesa l’Expansion se contaban por lo menos cinco mexicanos: Eugenio Garza Lagüera, Bernardo Garza Sada, Emilio Azcárraga Milmo, Alberto Bailleres y Mario Vázquez Raña.
Aún más, la revista Forbes (julio de 1993) cita a 13 prominentes hombres de negocios mexicanos entre los hombres más ricos del mundo. Emilio Azcárraga aparece como el más importante de México y se le atribuye una fortuna de 5 mil 100 millones de dólares. Carlos Slim figura con 3 mil 700 millones, mientras Bernardo Garza Sada y Eugenio Garza Lagüera son propietarios de más de 2 mil millones de dólares.
Otros afortunados que andan arriba de los mil millones de dólares y que enlista Forbes responden a los nombres de Marcelo Zambrano, Angel Lozada Gómez, Jerónimo Arango, Pablo Aramburozavala, familia Servitje Sendra, Alfonso Romo Garza, Alberto Bailleres, y otros.
“Una política neoliberal sin competencia política o económica, donde el Estado protege a los grandes monopolios —sean estos el pri, Televisa o Telmex—, da por resultado una inequidad monstruosa. Produce fortunas familiares o personales de 3,700 o 2,900 millones de dólares, en un país donde el 46.8 por ciento de los hogares tienen ingresos que no son superiores a tres salarios mínimos, y donde el ingreso per cápita apenas llega a 3,500 dólares anuales”, escribió Lorenzo Meyer el 24 de junio de 1993.
Pero la verdad es que ha sido muy difícil identificar las riquezas individuales de México que más que ostentarse se ocultan, como si fueran mal habidas. No existe aún un Quién es quien en el mundo de las inconmensurables fortunas mexicanas ni se ha editado en México un libro como The rich and the very rich, en parte porque —aunque reservado para ciertos casos de inquisición judicial— aún existe el secreto bancario y porque los ricos mexicanos han sido muy astutos para disimular sus bienes y sus cuentas, que se distribuyen entre diversos nombres de familiares o socios. Admiran mucho a los norteamericanos, les copian muchas cosas, pero no sus virtudes: la práctica, por ejemplo, de manera abiertamente —es decir: legalmente— la cuantía de sus acumulaciones individuales.
Sin embargo, el periodista investigador o el estudiante de antropología que prepara una tesis sobre los ricos mexicanos muy bien puede ir rastreando la identidad de estos tesoreros. Su método podría ser el del análisis y procesamiento de la información (todo está en los periódicos, sabiéndolos leer): recortes de prensa, revistas de negocios o financieras e incluso de modas. Vogue ha dedicado una sección a “hombres destacados”, como Lorenzo Servitje (pan Bimbo) o Moisés Cosío. Town & Country de vez en cuando se ha fijado en los milmillonarios (en dólares) mexicanos para recrear sus páginas. Recuérdese el famoso número de 1980 que tenía en la portada a Mónica Alemán Martell. O revísese su entrega de octubre de 1985 donde aparece el joven Jesús Almada Elías Calles vestido de cazador, con camisa de camouflage, una escopeta Beretta, un jaguar de dos años y su helicóptero matrícula xc-maz en Mazatlán, el reino de los Coppel y los Toledo Corro.
Otras fuentes valiosísimas son la nómina de quienes integran el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios o el recientemente aparecido, publicado por el Fondo de Cultura Económica, libro de Roderic A. Camp: Los empresarios y la política en México: una visión contemporánea. El periodista investigador o el futuro antropólogo social podrían meter en una computadora todos los nombres y apellidos que allí se citan (Vallina, Madero Bracho, Legorreta, Espinoza Yglesias, Slim, Sada Zambrano, Borja, Claudio X. González, Jorge Larrea, Sánchez Navarro, Hank, Reynaud, Arango, Bailleres, Aranguren Castiello, Garza Sada o Garza Lagüera, Cosío, O’Farril, Santamarina, De la Macorra, Ballesteros, Prudencio López, Robinson Bours, Trouyet, Aguilar, y no muchos más) y llegar a establecer fehacientemente quiénes son los cien mexicanos más ricos en este final de siglo.
Por el lado de la informática, pues, es como podría arrancárseles las máscaras a estos milmillonarios en dólares que en México han provocado —con la solidaridad del pri — que los beneficios de la actividad colectiva —según lo ha escrito mil veces Lorenzo Meyer— estén tan escandolasamente concentrados. Sin embargo, una indagación más interesante sería la que dilucidara cuáles son las entretelas, el tejido de relaciones que se tienden entre funcionarios públicos —secretarios y subsecretarios de Estado, cuando menos— y estos afortunados acumuladores... en la compra y venta de empresas paraestatales, verbigratia.
No es necesario ser marxista para darse cuenta de que la verdadera solidaridad de clase se da entre los políticos priístas y los más poderosos multimillonarios mexicanos. No casualmente, el hombre más rico de México, Emilio Azcárraga, es un propagandista, y en la propaganda el grupo gobernante cifra su sobrevivencia en el poder. Junto a sus incuantificables negocios, al lado de las relaciones de poder que constituyen su única lógica, el Programa de Solidaridad (1992) no sólo era una hipocresía: también era una burla de la peor fe.
Lo único que cuenta son las relaciones de poder. No las ideas. Por eso los ricos mexicanos están con el pri y los funcionarios públicos están con los ricos, de tal manera que la novedad de esta segunda presidencia panista (la primera fue la de Miguel de la Madrid, reléanse los estatutos del pan y el programa de Clouthier) ha sido la de desvanecer para siempre las fronteras entre el llamado antes “sector privado” y el que, por pudor, aún guardaba las formas llamándose “sector público”.
Quien lo previó con total clarividencia desde 1976 fue el norteamericano, especialista en “proyectos nacionales”, Russell L. Ackoff, con estas palabras:
“Para afianzarse, los ricos dentro y fuera del gobierno suelen emplear la retórica del cambio y aun de la revolución, pero sus obras contradicen sus declaraciones. Hay una gran sutileza en el hecho de que los ricos de México se las ingenien para mantener la estabilidad del sistema actual y su desigual distribución de la riqueza y las oportunidades.
“Consiguen su propósito dividiéndose en dos campos aparentemente opuestos: el sector público y el privado; ambos se engarzan en un conflicto tan notorio como consciente. Sin embargo, inadvertida o deliberadamente, forman una coalición que obstaculiza cualquier cambio que pudiera mejorar la distribución de la riqueza o de las oportunidades. De ser consciente es posible que esta coalición fuera menos efectiva.”
Post scriptum. El 5 de julio de 1994 se reprodujo en la prensa mexicana una información de la revista Forbes, en la que se asentaba que México ocupó el cuarto sitio con más multimillonarios, después de Estados Unidos, Alemania y Japón.
“De 42 supermillonarios registrados en América Latina, hay 24 mexicanos, encabezados por Carlos Slim Helú (6 mil 600 millones de dólares), Emilio Azcárraga (5 mil 400 millones) y la familia Zambrano (3 mil 100 millones de dólares), cuya fortuna en conjunto es equivalente al presupuesto del Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol) de los últimos cuatro años del sexenio.
“En las primeras 25 mayores fortunas del mundo, por riqueza neta, figuran Carlos Slim en el lugar 12 y Emilio Azcárraga en el 24.”
They are different from you and me.
F. Scott Fitzgerald.
La discreción o el secreto de los ricos mexicanos no ha hecho fácil la tarea de estudiarlos como grupo de poder desde el punto de vista político ni desde la perspectiva de la antropología social.
¿Quiénes son realmente los dueños del país? ¿Hay una diferencia sustancial entre los político y los empresarios en relación a su riqueza acumulada? ¿Quién es el hombre más rico de México: Emilio Azcárraga o Carlos Slim o Hank González, Miguel Alemán o Eugenio Garza Lagüera? ¿Son iguales los ricos capitalinos que los regiomontanos?
¿Realmente Raymundo Gómez Flores se benefició, más que Carlos Slim, del sexenio salinista? ¿Los ricos del df siguen siendo afrancesados, como en el pasado reciente, porfirista y reincidente, o ahora están más bien norteamericanizados, ya que a la menor provocación presumen de su inglés y no ocultan que ignoran el francés?
¿Qué tan ricos son los ricos mexicanos?
¿Son muy ricos? ¿Tanto como los ricos de Houston o como algunos árabes? ¿Cuál ha sido su relación de complicidad —su solidaridad de clase— con los presidentes de la República? El 23 de febrero de 1993 entre 25 y 30 de esos multimillonarios asistieron a una cena en casa de Antonio Ortiz Mena en la que éste, en presencia del Presidente de la República, les pidió que contribuyeran con 25 millones de dólares cada uno para el financiamiento del pri.
Entre las 200 fortunas más grandes del mundo en 1988, según la revista francesa l’Expansion se contaban por lo menos cinco mexicanos: Eugenio Garza Lagüera, Bernardo Garza Sada, Emilio Azcárraga Milmo, Alberto Bailleres y Mario Vázquez Raña.
Aún más, la revista Forbes (julio de 1993) cita a 13 prominentes hombres de negocios mexicanos entre los hombres más ricos del mundo. Emilio Azcárraga aparece como el más importante de México y se le atribuye una fortuna de 5 mil 100 millones de dólares. Carlos Slim figura con 3 mil 700 millones, mientras Bernardo Garza Sada y Eugenio Garza Lagüera son propietarios de más de 2 mil millones de dólares.
Otros afortunados que andan arriba de los mil millones de dólares y que enlista Forbes responden a los nombres de Marcelo Zambrano, Angel Lozada Gómez, Jerónimo Arango, Pablo Aramburozavala, familia Servitje Sendra, Alfonso Romo Garza, Alberto Bailleres, y otros.
“Una política neoliberal sin competencia política o económica, donde el Estado protege a los grandes monopolios —sean estos el pri, Televisa o Telmex—, da por resultado una inequidad monstruosa. Produce fortunas familiares o personales de 3,700 o 2,900 millones de dólares, en un país donde el 46.8 por ciento de los hogares tienen ingresos que no son superiores a tres salarios mínimos, y donde el ingreso per cápita apenas llega a 3,500 dólares anuales”, escribió Lorenzo Meyer el 24 de junio de 1993.
Pero la verdad es que ha sido muy difícil identificar las riquezas individuales de México que más que ostentarse se ocultan, como si fueran mal habidas. No existe aún un Quién es quien en el mundo de las inconmensurables fortunas mexicanas ni se ha editado en México un libro como The rich and the very rich, en parte porque —aunque reservado para ciertos casos de inquisición judicial— aún existe el secreto bancario y porque los ricos mexicanos han sido muy astutos para disimular sus bienes y sus cuentas, que se distribuyen entre diversos nombres de familiares o socios. Admiran mucho a los norteamericanos, les copian muchas cosas, pero no sus virtudes: la práctica, por ejemplo, de manera abiertamente —es decir: legalmente— la cuantía de sus acumulaciones individuales.
Sin embargo, el periodista investigador o el estudiante de antropología que prepara una tesis sobre los ricos mexicanos muy bien puede ir rastreando la identidad de estos tesoreros. Su método podría ser el del análisis y procesamiento de la información (todo está en los periódicos, sabiéndolos leer): recortes de prensa, revistas de negocios o financieras e incluso de modas. Vogue ha dedicado una sección a “hombres destacados”, como Lorenzo Servitje (pan Bimbo) o Moisés Cosío. Town & Country de vez en cuando se ha fijado en los milmillonarios (en dólares) mexicanos para recrear sus páginas. Recuérdese el famoso número de 1980 que tenía en la portada a Mónica Alemán Martell. O revísese su entrega de octubre de 1985 donde aparece el joven Jesús Almada Elías Calles vestido de cazador, con camisa de camouflage, una escopeta Beretta, un jaguar de dos años y su helicóptero matrícula xc-maz en Mazatlán, el reino de los Coppel y los Toledo Corro.
Otras fuentes valiosísimas son la nómina de quienes integran el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios o el recientemente aparecido, publicado por el Fondo de Cultura Económica, libro de Roderic A. Camp: Los empresarios y la política en México: una visión contemporánea. El periodista investigador o el futuro antropólogo social podrían meter en una computadora todos los nombres y apellidos que allí se citan (Vallina, Madero Bracho, Legorreta, Espinoza Yglesias, Slim, Sada Zambrano, Borja, Claudio X. González, Jorge Larrea, Sánchez Navarro, Hank, Reynaud, Arango, Bailleres, Aranguren Castiello, Garza Sada o Garza Lagüera, Cosío, O’Farril, Santamarina, De la Macorra, Ballesteros, Prudencio López, Robinson Bours, Trouyet, Aguilar, y no muchos más) y llegar a establecer fehacientemente quiénes son los cien mexicanos más ricos en este final de siglo.
Por el lado de la informática, pues, es como podría arrancárseles las máscaras a estos milmillonarios en dólares que en México han provocado —con la solidaridad del pri — que los beneficios de la actividad colectiva —según lo ha escrito mil veces Lorenzo Meyer— estén tan escandolasamente concentrados. Sin embargo, una indagación más interesante sería la que dilucidara cuáles son las entretelas, el tejido de relaciones que se tienden entre funcionarios públicos —secretarios y subsecretarios de Estado, cuando menos— y estos afortunados acumuladores... en la compra y venta de empresas paraestatales, verbigratia.
No es necesario ser marxista para darse cuenta de que la verdadera solidaridad de clase se da entre los políticos priístas y los más poderosos multimillonarios mexicanos. No casualmente, el hombre más rico de México, Emilio Azcárraga, es un propagandista, y en la propaganda el grupo gobernante cifra su sobrevivencia en el poder. Junto a sus incuantificables negocios, al lado de las relaciones de poder que constituyen su única lógica, el Programa de Solidaridad (1992) no sólo era una hipocresía: también era una burla de la peor fe.
Lo único que cuenta son las relaciones de poder. No las ideas. Por eso los ricos mexicanos están con el pri y los funcionarios públicos están con los ricos, de tal manera que la novedad de esta segunda presidencia panista (la primera fue la de Miguel de la Madrid, reléanse los estatutos del pan y el programa de Clouthier) ha sido la de desvanecer para siempre las fronteras entre el llamado antes “sector privado” y el que, por pudor, aún guardaba las formas llamándose “sector público”.
Quien lo previó con total clarividencia desde 1976 fue el norteamericano, especialista en “proyectos nacionales”, Russell L. Ackoff, con estas palabras:
“Para afianzarse, los ricos dentro y fuera del gobierno suelen emplear la retórica del cambio y aun de la revolución, pero sus obras contradicen sus declaraciones. Hay una gran sutileza en el hecho de que los ricos de México se las ingenien para mantener la estabilidad del sistema actual y su desigual distribución de la riqueza y las oportunidades.
“Consiguen su propósito dividiéndose en dos campos aparentemente opuestos: el sector público y el privado; ambos se engarzan en un conflicto tan notorio como consciente. Sin embargo, inadvertida o deliberadamente, forman una coalición que obstaculiza cualquier cambio que pudiera mejorar la distribución de la riqueza o de las oportunidades. De ser consciente es posible que esta coalición fuera menos efectiva.”
Post scriptum. El 5 de julio de 1994 se reprodujo en la prensa mexicana una información de la revista Forbes, en la que se asentaba que México ocupó el cuarto sitio con más multimillonarios, después de Estados Unidos, Alemania y Japón.
“De 42 supermillonarios registrados en América Latina, hay 24 mexicanos, encabezados por Carlos Slim Helú (6 mil 600 millones de dólares), Emilio Azcárraga (5 mil 400 millones) y la familia Zambrano (3 mil 100 millones de dólares), cuya fortuna en conjunto es equivalente al presupuesto del Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol) de los últimos cuatro años del sexenio.
“En las primeras 25 mayores fortunas del mundo, por riqueza neta, figuran Carlos Slim en el lugar 12 y Emilio Azcárraga en el 24.”
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