Sunday, December 03, 2006

El paliacate rojo

De todas las fotografías que le dieron la vuelta al mundo durante los primeros días de 1994 sin duda una de las más impactantes fue aquella en la que unos guerrilleros del ezln con paliacate al cuello miran al cielo el paso de los aviones. La escena, captada por el fotógrafo Julio Candelaria, tuvo lugar en el Comité Municipal del pri en Altamirano, Chiapas, y apareció en la primera página de El Norte el 4 de enero.
El mismo periódico los lectores pudieron ver al día siguiente a uno de los nuevos zapatistas con el rostro enmascarado: cubierto con la tan querida prenda mexicana de la cabeza al pecho y unos toscos agujeros en el paliacate a la altura de los ojos (foto del mismo Candelaria o de Luis G. Gallegos). En algún otro diario se vio también a los rebeldes en formación, recorridos de enfrente hacia atrás por una columna roja de paliacates que a cada uno le cubría la cara de la nariz hacia abajo como si fueran cowboys.
Y es que el paliacate, que ya usaba José María Morelos en la cabeza, es una pañoleta de trabajo: recoge el sudor del cuello y lo mantiene fresco. En campaña es una pieza esencial del equipo de todo soldado: le sirve para sotenerse un brazo o hacerse un torniquete en caso de sangrar; le es útil para ocultarse el rostro y con ello diluir el estigma individualista del caudillismo. Pero, ¿de dónde viene este pañuelo, la prenda más querida de los chinacos en los tiempos de la intervención francesa? Lo más probable es que el primero haya llegado en la nao de China pues sus estampados dibujos son hindúes. En efecto, la cuadrada pañoleta de algodón que ahora se ha convertido en un símbolo revolucionario —como el turbante de los palestinos o la gorra frigia de los franceses— debe su nombre a una ciudad de la India: Palicat o Paliacate, o mejor: Pulicat, situada a unos 35 kilómetros al norte de Madrás, en el golfo de Bangala. Ya en 1788, según nos ilustra el Breve diccionario etimológico de la lengua española, Bernardin de Saint-Pierre hablaba de los “mouchoirs de Paliacate” en su libro Paul et Virginie.
En Venezuela, los encapuchados que protestaban en las calles caraqueñas y arrojaban piedras a los policías durante el año fatídico de 1993 aportaron al estilo rebelde de este final de siglo una novedad imaginativa: la camiseta como capucha, que se confecciona de inmediato estirando las dos mangas cortas y amarrándolas por detrás de la cabeza mientras el gran orificio del cuello se extiende a los lados formando una ranura para los ojos como en el pasamontañas.
La carga histórica y mitológica —Bartolomé de las Casas, Emiliano Zapata— que ha venido acompañando el gesto de los revolucionarios en Chiapas ha sido el lenguaje no hablado, no verbal, que más fuerza e identidad le ha dado a su causa, no menos que al paliacate rojo que a partir de ahora nunca volverá a ser el mismo. La escena en el Comité Municipal del pri en Altamirano es la imagen de la toma misma del poder, a los ojos de cualquier mexicano, al menos simbólicamente. Nunca se hubiera visto esta foto en tiempos de López Mateos o de Adolfo Ruiz Cortines, que es más o menos cuando el parasitario partido todavía andaba con vida.
Por esta carga simbólica —el mito y la leyenda universal de Zapata—, y no sólo por las estupendas relaciones de los reporteros (como las conmovedoras crónicas de Jaime Avilés), asistimos durante la primera semana de 1994 a un fenómeno de aceleración de la historia. De la noche a la mañana nos cambiaron la película, los personajes y el argumento. Nos movieron el piso a los criollos. Nos propusieron otro país. Nos invitaron a volver a pensarlo. Todo cambió en la percepción de los mexicanos. Se pigmentó de otra manera, se redimensionó la visión que teníamos, por ejemplo, de los tres candidatos. De algún modo empequeñecieron y se igualaron, se volvieron intercambiables, porque a partir del 1 de enero de 1994 asistimos a una nueva composición de poder, a otra invención —creativa, imaginativa— del poder.
Los comunicados del ezln y el lenguaje (cartas, entrevistas) del subcomandante Marcos han venido a cambiar las reglas del juego y los códigos de comunicación e interpretación con los que normalmente se entendían o se confundían los productores y los receptores de la palabra política. Han venido a llenar de contenido el discurso político que estaba vacío y desde hace muchos años languidecía en una retórica de significantes huecos y de mentiras. Han confirmado cuál es la palabra que tiene verdadero poder de comunicación: la palabra de la verdad, que es la que realmente le pega al imaginario colectivo.
El suyo es un discurso de estructura simbólica, como dice un poeta amigo mío, tiene relación directa con el mito y por ello ni los intelectuales ni los políticos han podido descifrarlo; porque viene cargado de la escatología cristiana de San Agustín, tiene un aire del Popol Vuh y un eco del Chilam Balam de Chumayel, de los muertos de Juan Rulfo (la muerte como sujeto actuante, latente), y se vale del cambio de sujeto hablante como en la novela de James Joyce: pasa del yo de los zapatistas al yo de Marcos, sin que haya hablante fijo.
Eso no es un discurso político. Es un discurso literario. Y por eso ha dejado a la víbora cascabelando. “En el escenario de la simulación que es México, donde la rutina de la mentira política y literaria, el disimulo y la alcahuetería ejercitan a diario la danza de las mil máscaras, es un enorme acto de justicia poética que un enmascarado haya devuelto transparencia a las palabras”, dice Blas Cota.
“Como rayo en cielo sereno, las cartas de Marcos han regresado a la literatura a su condición de sierva, no de las ideologías, sino de los actos de la vida, al respaldar su palabra de verdad con el riesgo extremo de la muerte. Su triunfo no es, pues, obra de la retórica, ni de la publicidad, ni de ningún otro artificio literario, aunque se valga de ellos. Es obra de la coherencia entre las palabras y los actos, un triunfo de la moral.”

1 Comments:

Blogger oscar treviño said...

Olvidaste algunos detalles, como los bailables del son jarocho, paliacate prenda indispensable. También se usa para calzar el sombrero y no se caiga cuando se galopa.
En fin.

6:53 PM  

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