Sunday, December 03, 2006

Los nuevos bucaneros

No sabemos muy bien qué pensar acerca de Fox y el proceso de integración económica y cultural de México a Estados Unidos en primer lugar porque la integración no está por iniciarse sino que ya se dio desde hace por lo menos quince años y en segundo lugar porque Fox no parece ser más proyanki que Carlos Salinas y Ernesto Zedillo juntos.
Hace tiempo que México está ya integrado a Estados Unidos y no nos hemos dado muy bien cuenta. Nos pasó de noche. La idea que por lo demás el Presidente electo tiene de la globalización no difiere de la que racionalizan los jefes de gobierno tercermundistas apoyados por el Banco Mundial y “aconsejados” por el Fondo Monetario Internacional.
En principio, dice el discurso de este nuevo imperio modernizado y extranacional, la globalizacón es buena porque promueve el crecimiento económico, crea empleos, alienta la competitividad de las empresas y consigue precios más bajos para los consumidores. También permite que los países pobres, con inyecciones de tecnología y capital extranjeros, puedan despegar económicamente, aunque sea un poco, para aspirar desde ahí a una mínima vida democrática y de respeto a los derechos humanos. Ese es el “consenso de Washington que aceptan” sin chistar casi todos los gobernantes del continente. Fox no menos que Zedillo.
Pero los críticos de la globalización —o mundialización, según los franceses— creen que ese crecimiento puede ser depredador e injusto. Los empleos que “crea” la globalización muchas veces son menos seguros que los medios de subsistencia que abolió. Las economías débiles que se insertan en el sistema global no se vuelven más fuertes; se vuelven más dependientes, más vulnerables a los espejismos del siempre volátil y nunca del todo reglamentado capital internacional.
En muchos países los beneficios del crecimiento económico están tan mal distribuidos que exacerban las tensiones sociales, y conducen más a la represión que a una mejor democracia. No es cierto que la marea ayude a todas las lanchas; más bien sólo empuja a los yates.
Lo curioso de la nueva composición de poder es que en el proyecto de globalización no son los gobiernos los que marcan la pauta sino las empresas multinacionales. Ha vuelto el tiempo de los piratas. Son los poderes extranacionales, las empresas que preferirían navegar sin bandera, las que quieren imponer su interés por encima de los estados y de los ciudadanos.
Los políticos en Estados Unidos, dice Lori Wallach, no son más que una cámara de comercio internacional para las compañías multinacionales que, por otra parte, se han confabulado en la Organización Mundial de Comercio.
El propósito esencial de estas empresas que quieren irse por la libre, al margen y por encima de los gobiernos nacionales, es quitar de su camino cualquier legislación “que frene el crecimiento”. Esa agrupación, la World Trade Organization, fue precisamente la que fue cuestionada en Seattle en el año 2000. Y ésa es una novedad de nuestro tiempo y de la nueva cultura política. La protesta civil tiene que ser ahora una protesta informada, ilustrada y técnica. Para poner en entredicho las “verdades” de la globalización es necesario estudiar economía y en algunos casos haber trabajado en un banco de esos “mundiales”.
En algunos países el capital y las empresas mandan más que los gobiernos: de salirse con la suya, la organización de comercio habría conseguido la derrota de la democracia.
Son los casos de dos mujeres admirables: Lori Wallace, de 36 años, y Juliette Beck, de 27. Por lo que se ve en el discurso de estas críticas del capitalismo el lenguaje ha cambiado y no necesita de los slogans del marxismo de antaño. Su réplica es técnica, saben de qué están hablando, son capaces de discutir técnicamente con un gerente de la General Motors o un funcionario del Banco Mundial.
“El nuevo imperialismo es que todo el mundo está controlado y gobernado por las compañías transnacionales”, dice Lori Wallace.
No es cierto que la salida de la globalización sea la única, como creen casi todos los presidentes subordinados, sobre todo ahora que con la guerra en Afganistán el imperio se ha expandido como nunca.
“El país de crecimiento más rápido en el mundo es China, y tiene la economía más cerrada. Otra cosa: durante la crisis financiera asiática, todos los países que siguieron las órdenes del fmi, la omc y de Clinton —Tailandia, Corea, Filipinas— quedaron destrozados. Los dos países que se negaron a hacer caso al fmi —China y la India— salieron adelante”.

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