Sunday, December 03, 2006

Criminalidad financiera

El poder financiero ha entrado en una dimensión fantástica: gobiernos, empresas transnacionales y mafias del crimen organizado se han constituido en la Santísima Trinidad que se ha apropiado del mundo.
La afirmación parece demasiado simplista y recuerda aquella frase periodística de los años 60: basta enviar a un ejecutivo de Citibank con un portafolio para ocupar un país. No se necesitan ya ni soldados ni aviones ni tanques.
Tan invisible como vertiginoso, este poder formidable escapa a las categorías políticas y emocionales con que antaño nos indignábamos. Se nos podría juzgar impotentes, incapaces de salir del sueño propio de las tierras de conquista, como si odiáramos a quienes nos quisieran despertar, “aunque sea para ofrecernos los más hermosos regalos”.
Este entrecomillado procedente de El Gatopardo, nos recuerda otro comentario emitido de paso por otro de los personajes de T. G. di Lampedusa: “Hace años que somos colonia, y no lo digo lamentándome: la culpa es nuestra. Pero estamos cansados y también vacíos”.
Porque ésa ha sido la sensación al contemplar alelados, atónitos, hechos unos imbéciles, la compra de Banamex por Citibank, empresa que acumula y acumula acusaciones por lavado de dinero. Es un acontecimiento sin antecedentes en la historia. Es la toma de un país en la que unos mexicanos, otra vez, ayudan a los extranjeros. Y, aparte, hemos de pagarles por lo menos treinta y cinco mil millones de pesos por el compromiso de Fobaproa. “Se llevan libres de polvo y paja 12 mil 500 millones de dólares, casi la misma cifra en que el Estado vendió hace pocos años toda la banca”, dice el economista José Luis Calva (La Jornada, 22 de mayo de 2001).
La operación —que no ha conmovido del todo a esta sociedad inconmovible, tan noble y tan tolerante— se inserta en la lógica de nuestro tiempo: ante el debilitamiento del Estado nación y la retórica de la soberanía relativa, los flujos de dinero negro y legal se van mezclando de un banco a otro, de un continente a otro, de una isla a otra, en triangulaciones legales e ilegales que escapan a cualquier sistema legal nacional. No triunfó el socialismo, es cierto, pero reina la piratería de cuello blanco y corbata negra, de Mercedes Benz y de jet privado. Inimputable. Dentro de la ley.
La pobreza y las crisis de America Latina, África, Asi y Rusia, no son ajenas a este entramado de bancos centrales y de correspondencia que funcionan en los países más acreditados. La explicación de James Petras es tan plausible como aterradora. Mutatis mutandis, para ahorrarle las comillas al lector, Petras sostiene que la creciente polarización del mundo se encuentra arropada en un sistema de crimen organizado y de transacciones financieras corruptas. El lavado multimillonario de dinero sirve tanto para apuntalar la prosperidad de Occidente como a la estabilidad financiera del imperio estadunidense… en una nueva forma de capitalismo construido en torno al pillaje, el crimen, la corrupción y al contubernio (no funcionaría sin la complicidad de los representantes del Estado). Los traslados masivos de capitales de los países apercollados a bancos de Europa y de Estados Unidos ha generado un empobrecimiento masivo, inestabilidad económica y crisis recurrentes.
No está solo en estas percepciones. También Christian de Brien en Le Monde Diplomatique de abril de 2000, piensa que al permitirse al capital brincar sin control de un país a otro se ha favorecido la explosión de un mercado financiero fuera de la ley, en una tierra de nadie en la que ningún estado puede ejercer la coercibilidad. La expansión capitalista se ha visto lubricada por la gran criminalidad (la de la trata de blancas, la piratería informática, el tráfico de cannabis, cocaína, heroína y pastas sintéticas, secuestros, proxenetismo de mujeres y niños, contrabando de licores, medicamentos, tabaco, falsificación de monedas y de facturas, fraudes fiscales y desviaciones de créditos públicos, tráfico de objetos de arte y antigüedades, de autos robados, de especies protegidas y órganos humanos, de armas y desechos nucleares).
Socios en el archipiélago planetario del lavado de dinero (las islas Caimán, a un ladito de Cancún y abajo de Cuba; las Aruba, las Bermuda, las Turcos y Caicos, y otras en otras latitudes), gobiernos, compañías bancarias, mafias, y empresas multinacionales, prosperan con las crisis ajenas y la entelequia de la soberanía.


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