Sunday, December 03, 2006

México en dos

Pinocho seguía durmiendo y roncando,
como si sus pies fueran de otro.
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Carlo Collodi, Las aventuras de Pinocho

Supongo que cada quien tiene su modo de vivir el país y sus tragedias. Hay muchos Méxicos pero están en éste. Hay por lo menos 33 México, y tantos como cada mexicano quiera inventar el México que le convenga o satisfaga sus necesidades imaginativas, políticas, o propagandísticas. A mediodía del martes 4 de enero de 1994, por ejemplo, le pregunté al chofer del taxi que me llevaba por la avenida Madero cómo veía la situación de Chiapas y me contestó: “Perdón, ¿qué es lo de Chiapas?”
Me sentí como enfrente de aquel señor al que se le está incendiando su casa por atrás y él está en el porche muy a gusto en su mecedora. Y tuve la triste sensación de que una gran parte de los mexicanos (por sus conversaciones, por sus comentarios), a más de 72 horas de los acontecimientos en Chiapas (la toma de San Cristóbal de las Casas, Altamirano, Ocosingo, por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional) no se había enterado. Porque no leen periódicos, porque no les interesa, o porque no perciben la gravedad y la trascendencia de los hechos.
Otras personas, muchas, me dieron la impresión, estando enteradas, de que no les preocupaba tanto, que no le daban tanta importancia, pues eso sucedía muy lejos y pronto sería conjurado por la vía militar porque no era más que la rebelión de unos inditos manipulados. No captaban el cambio de coloración en todos los grandes temas nacionales, la nueva percepción de los tres candidatos a la presidencia (Colosio se volvió un fantasma indistinguible de Diego y de Cuauhtémoc), el mentís al neoliberalismo que también ha fracasado en la Inglaterra de la Thatcher y en los eu de Reagan y Bush.
Sentí que vivíamos en dos México, no sólo en la bipartición geográfica del país escindido en el sureste miserable y despiadadamente explotado, y el norte norteamericanizado y criollo, sino en dos estratos de la conciencia nacional: el México que le duele a unos y el México que a nadie le importa.
Además, por el sistema de la mentira y el discurso esquizoide (Patrocinio González Garrido, secretario de Gobernación, dice que se abrirán los archivos de 1968 y después se echa para atrás, el secretario de la Defensa dice que los soldados no dispararon contra los estudiantes en 1968 y reinventa la realidad con un montaje videomanipulado), uno tiene la sospecha de que vive en un país desmembrado, sin conexiones, sin vasos comunicantes, sin ligamentos entre las rodillas y los codos, sin arterias entre las extremidades y el tronco, entre la cabeza y el pecho, una especie de Pinocho tirado sobre una cuneta de la carretera. Si alguien le aplasta un dedo, el resto del organismo no reacciona. Así sucedió con el cuerpo de Pinocho cuando dormía y se le quemaron los pies de madera.
Pero Chiapas vino a pegarle a boca de jarro al programa de Solidaridad y a todas sus derivaciones propagandísticas. Fue una pedrada, como dijo alguien, en la mera frente del salinismo. vino a demostrar que la sociedad es una caja de sorpresas, un organismo impredecible, y que no se puede controlar el futuro ni la realidad con la propaganda televisiva. El sistema de la mentira, tarde o temprano, termina por caerse como un costal de piedras.
El narcisismo del poder ha incurrido en una regresión tan infantil que ha creído que se puede programar el porvenir a través de la propaganda, es decir, a través de Televisa y sus nuevas 62 repetidoras (para eso se las dieron). Pero, como ya se ha visto, el México de Zabludovsky no es el México de Juan Rulfo. El México oficial —prefabricación del Poder por medio de la propaganda— no es el mismo que el México real.
Ciertamente la propaganda no es mala apuesta para conservar el poder a toda costa, pero, como lo ha demostrado la rebelión en Chiapas, con los pueblos nunca se sabe por dónde va a saltar la liebre. No es lo mismo el México que José María Córdoba (el asesor presidencial en 1994) ha tenido en la cabeza que el México de San Cristóbal de las Casas.
Otra noche, para mayor abundamiento en el tema de la esquizofrenia nacional, ese zorro de la propaganda política de cuyo nombre (Jacobo Zabludovsky) nadie quisiera acordarse decidió que los transgresores no eran mexicanos. Con su fingida “naturalidad”, jz24 hablaba del ejército mexicano para referirse a las fuerzas regulares, como cuando durante la guerra civil española Franco se refería a sus tropas “nacionales” o “españolas” mientras los demás eran los “rojos”.
“¿Quién está detrás?” fue otra de las directrices propagandísticas que siguió JZ24. El obispo de Cuernavaca y el poeta Jaime Sabines también se preguntaron quién está detrás. Pero ¿quién está detrás de Jacobo Zabludovsky? ¿Por qué nadie se pregunta quién está detrás de Jaime Sabines y del obispo de Cuernavaca? Los criollos blanquitos de la capital ni siquiera concedemos a los indígenas la capacidad de rebelión y aquí resurge nuestro soterrado racismo de toda la vida. Es decir, no les concedemos la calidad de personas ni de hombres. Son inditos. Sólo si alguien los manipula son capaces de ser.
Por eso a veces, al leer los periódicos y sufrir la televisión desinformativa de Azcárraga, uno siente que las partes del cuerpo nacional están desarticuladas. El brazo de la Baja California se vive como una prótesis apenas enganchada en la clavícula de Sonora. Hay una columna vertebral que corre con todas sus articulaciones y nervios como el ferrocarril de México a Chihuahua —con vagones rotos, sin mantenimiento—, pero que no une las partes.
No se toca el peroné de Quintana roo con el fémur de Campeche ni con la rótula de Yucatán. No hay ligamentos. No hay vasos comunicantes. Las costillas de Durango y Zacatecas andad volando tanto como las costillas colgantes de Aguascalientes. Y no hay esternón que las sostenga. El ilíaco del df está solo como una isla, con su red de agujeros, su concentración de poder y de soberbia, su descomposición de lugar. Solo, allá arriba y al centro, a 2,750 metros sobre el nivel del mar, el Poder se afantasma incuestionablemente y sagrado, único, en una planicie de la que asoma —entre la nata de smog— su dedo para inventar un México inexistente.



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