Es que somos muy ricos
Aquí todo va de mal en peor.
Juan Rulfo, El llano en llamas.
En realidad nosotros los ricos somos más ricos de lo que se cree. La lista de la revista Forbes publicada en 1999 apenas recoge con todo rigor una verdad documental, pero no está mal como aproximación y referencia. A siete de nosotros se nos atribuye una fortuna de 20 mil 400 millones de dólares, unos 200 mil millones de pesos. A Carlos Slim, 8 mil millones de dólares, y un poco más de 2 mil millones de dólares a Lorenzo Zambrano, Eugenio Garza Lagüera, Alfonso Romo Garza, Emilio Azcárraga Jean (por herencia), Isaac Saba Raffoul y Ricardo Martín Bringas. Más o menos: una cantidad similar al ingreso de todos los mexicanos en un año, algo así como el 5 por ciento del producto interno bruto que según el INEGI es de 22 mil 600 millones de dólares.
Es natural que estas cifras causen estupor y extrañeza. Muchos creen que no es posible. Balzac creía que detrás de toda riqueza había un crimen, pero esto es un lugar común y más bien se refería al siglo XIX y a Francia. Lo que no se quiere entender es que esta acumulación personal se da dentro de los márgenes más estrictos de la legalidad. ¿Qué culpa tenemos de que los últimos presidentes y un secretario de Hacienda como Pedro Aspe hayan sido tan generosos con nosotros?
En el país de la testaferretería no es posible, dicen. De veras, no es creíble. Y se acumulan las críticas: que así se recompuso el poder y la riqueza en los últimos veinte años, que estas cantidades no se hubieran concentrado sin la cercanía que tuvimos con el gobierno pasado, en fin, que este capital no beneficia a un país donde cerca de la mitad de la población no alcanza a satisfacer sus necesidades mínimas de sobrevivencia: alimentación, vestido, vivienda y, ya no se diga, educación.
Se nos señala con el dedito admonitorio del resentimiento, se disemina la suspicacia y se busca la descalificación ad hominem cuando es un asunto más general, un resultado de la política económica gubernamental y un reconocimiento de que la moral del capitalismo tiene consenso en todos los países. Otra vez se quiere saber cómo se desincorporaron las empresas del Estado y por qué fueron vendidas, en su mayoría, a precios de “chatarra” a “este grupo de prestanombres”. ¿Cómo se realizó la desincorporación de Teléfonos de México y Televisión Azteca y en qué manos fue entregada la banca nacionalizada?
Parece un discurso de los años sesenta: que estamos de nuevo en la Edad Media pagando un tributo a ciertos señores feudales. (Cada vez que usted se echa unos chilaquiles en Sanborns, Carlos Slim es más rico. Cada vez que la da una chupada a su Marlboro, cada vez en habla por teléfono, cada vez que se compra unos cuernos en El Globo, cada vez que se conecta a la red vía Prodigy, cada vez que se compra una camisa en Sears, cada vez que adquiere un disco en Mixup, Carlos Slim es más rico.) Pero lo cierto es que en ninguna parte del mundo se sospecha ya que entre los grandes capitales haya una confabulación en marcha para explotar a los miserables. Esta teoría conspiracionista es tan absurda como la de los comunistas que nos venían a decir que nuestra fortuna era ilegítima y producto de la explotación. Las cosas no son tan esquemáticas. Ya nadie habla de burgueses ni de lucha de clases.
Si lo que les inquieta es el problema de la testaferretería —la forma más imaginativa y perfecta de hacer las cosas dentro de la ley— pues que se lo encomienden al Poder Legislativo, que para eso está. Hay muchas formas de disimular una fortuna y de esconderla en el mundo, en las islas Caimán, en Singapore, en Luxemburgo, y de pasear y triangular el dinero de un lugar a otro, pero eso no tiene nada que ver con quienes de manera transparente y abierta hemos creado riqueza dentro de la más irreprochable legalidad. En el IPAB, por ejemplo.
Lo que debería hacer ahora el Presidente es una concesión más: la del agua. Si lo que los excita es la eficacia, ¿por qué no concedernos a los ricos no sólo el suministro del agua de la ciudad de México sino de todo el país, con todas sus presas y sus ríos? ¿Por qué no darle la concesión del agua a Carlos Slim?
Juan Rulfo, El llano en llamas.
En realidad nosotros los ricos somos más ricos de lo que se cree. La lista de la revista Forbes publicada en 1999 apenas recoge con todo rigor una verdad documental, pero no está mal como aproximación y referencia. A siete de nosotros se nos atribuye una fortuna de 20 mil 400 millones de dólares, unos 200 mil millones de pesos. A Carlos Slim, 8 mil millones de dólares, y un poco más de 2 mil millones de dólares a Lorenzo Zambrano, Eugenio Garza Lagüera, Alfonso Romo Garza, Emilio Azcárraga Jean (por herencia), Isaac Saba Raffoul y Ricardo Martín Bringas. Más o menos: una cantidad similar al ingreso de todos los mexicanos en un año, algo así como el 5 por ciento del producto interno bruto que según el INEGI es de 22 mil 600 millones de dólares.
Es natural que estas cifras causen estupor y extrañeza. Muchos creen que no es posible. Balzac creía que detrás de toda riqueza había un crimen, pero esto es un lugar común y más bien se refería al siglo XIX y a Francia. Lo que no se quiere entender es que esta acumulación personal se da dentro de los márgenes más estrictos de la legalidad. ¿Qué culpa tenemos de que los últimos presidentes y un secretario de Hacienda como Pedro Aspe hayan sido tan generosos con nosotros?
En el país de la testaferretería no es posible, dicen. De veras, no es creíble. Y se acumulan las críticas: que así se recompuso el poder y la riqueza en los últimos veinte años, que estas cantidades no se hubieran concentrado sin la cercanía que tuvimos con el gobierno pasado, en fin, que este capital no beneficia a un país donde cerca de la mitad de la población no alcanza a satisfacer sus necesidades mínimas de sobrevivencia: alimentación, vestido, vivienda y, ya no se diga, educación.
Se nos señala con el dedito admonitorio del resentimiento, se disemina la suspicacia y se busca la descalificación ad hominem cuando es un asunto más general, un resultado de la política económica gubernamental y un reconocimiento de que la moral del capitalismo tiene consenso en todos los países. Otra vez se quiere saber cómo se desincorporaron las empresas del Estado y por qué fueron vendidas, en su mayoría, a precios de “chatarra” a “este grupo de prestanombres”. ¿Cómo se realizó la desincorporación de Teléfonos de México y Televisión Azteca y en qué manos fue entregada la banca nacionalizada?
Parece un discurso de los años sesenta: que estamos de nuevo en la Edad Media pagando un tributo a ciertos señores feudales. (Cada vez que usted se echa unos chilaquiles en Sanborns, Carlos Slim es más rico. Cada vez que la da una chupada a su Marlboro, cada vez en habla por teléfono, cada vez que se compra unos cuernos en El Globo, cada vez que se conecta a la red vía Prodigy, cada vez que se compra una camisa en Sears, cada vez que adquiere un disco en Mixup, Carlos Slim es más rico.) Pero lo cierto es que en ninguna parte del mundo se sospecha ya que entre los grandes capitales haya una confabulación en marcha para explotar a los miserables. Esta teoría conspiracionista es tan absurda como la de los comunistas que nos venían a decir que nuestra fortuna era ilegítima y producto de la explotación. Las cosas no son tan esquemáticas. Ya nadie habla de burgueses ni de lucha de clases.
Si lo que les inquieta es el problema de la testaferretería —la forma más imaginativa y perfecta de hacer las cosas dentro de la ley— pues que se lo encomienden al Poder Legislativo, que para eso está. Hay muchas formas de disimular una fortuna y de esconderla en el mundo, en las islas Caimán, en Singapore, en Luxemburgo, y de pasear y triangular el dinero de un lugar a otro, pero eso no tiene nada que ver con quienes de manera transparente y abierta hemos creado riqueza dentro de la más irreprochable legalidad. En el IPAB, por ejemplo.
Lo que debería hacer ahora el Presidente es una concesión más: la del agua. Si lo que los excita es la eficacia, ¿por qué no concedernos a los ricos no sólo el suministro del agua de la ciudad de México sino de todo el país, con todas sus presas y sus ríos? ¿Por qué no darle la concesión del agua a Carlos Slim?
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