Sunday, December 03, 2006

Una detective para Ciudad Juárez

No soy de los que leen los periódicos con las tijeras en la mano ni me dedico al onanismo implacentero de la estadística, pero en los primeros meses de 1999 nada más por curiosidad me puse a recortar algunas notas sobre las muchachas asesinadas en Ciudad Juárez. Ni las autoridades panistas ni las priístas han hecho nada sustancialmente significativo porque —como ya se ve en otras regiones del país— el poder policiaco es superior al poder formal del Estado, de presidentes municipales o de gobernadores, panistas o priístas. La prueba es que se siguen cometiendo esos crímenes y no es imprevisible que vaya a haber otros en los próximos meses. ¿Nos podría asegurar el señor gobernador de Chihuahua, Patricio Martínez, que no los habrá?
El corresponsal de La Jornada, Rubén Villalpando, prácticamente no manda notas de otras cosa desde Ciudad Juárez. Parecería que tiene ya un machote con la misma redacción en el que nada más pone el nombre de la víctima y no el sexo ni la edad porque ya se sabe que tiene que ser mujer joven (y pobre). Incluso ya van varias notas en La Jornada que se titulan “Hallan el cuerpo de otra joven asesinada en Ciudad Juárez.”
Si el gobierno priísta federal quería que se acabara de quemar la administración estatal panista, la de Barrio, no ayudándolo a resolver el misterio, a la mejor ahora el nuevo gobernador de Chihuahua sí va a solicitar el apoyo federal. El problema es que los detectives del fuero federal no son garantía de nada y también presumen de su incompetencia. Ahí tienen que andar los de Ciudad Juárez llamando a un supuesto investigador estadunidense (Robert Rossler) especialista en crímenes a la Hollywood. Llega el gringo y los apantalla —como suelen impresionar los gringos a los mexicanos, a quienes se les cae la baba viendo todo lo que hacen los americanos—, y nada: el sabueso gringo sale con su domingo siete. Luego llaman a un español de Barcelona (José Antonio Parra Molina) que redacta un informe tan interesante como inútil. Y mientras son panistas o son priístas las nuevas autoridades municipales o estatales, las muchachas siguen siendo asesinadas.
Para simular, pues, que realmente se hacían investigaciones, las autoridades de Juárez tuvieron que gastar un dineral del erario público en los “criminólogos” extranjeros.
Lo que se ha creído es que los asesinatos tienen que ver con el tráfico de órganos, que se requieren sanos y jóvenes. No es lo mismo un corazón de veinte años que uno de sesenta. También que se deben a pugnas entre pandillas de narcos o de polleros, o a los secuestros de videoastas de snuff movies, es decir, de pornoviolencia.
No tiene tanta ciencia, luego de la acumulación hasta la fecha de un saber criminológico riquísimo, entender los patrones recurrentes de un cierto tipo de crimen ni prefigurar el perfil del asesino. Lo que importa en el fondo es la auténtica voluntad política de resolver los crímenes.
Casi no se puede creer: en Ciudad Juárez siguen amaneciendo muchachas asesinadas. Ya son más de ciento veinticuatro. En otros países, de cultura política y jurídica diferente a la nuestra, es muy probable que ya hubiera caído el presidente municipal de Ciudad Juárez y el gobernador de Chihuahua, panista o priísta. ¿Se imaginan ustedes esta situación en Nueva York?
Los ciudadanos de ciudad Juárez tienen una paciencia de santos. Hubo un comandante de la policía que llegó a decir que “nada más” eran setenta los crímenes, y no más de ciento treinta como se leía en la prensa.
El 24 de septiembre de 1998 una muchacha de 16 años fue secuestrada, narcotizada y violada por cuatro hombres que se identificaron como agentes judiciales. La policía municipal detuvo a dos de los violadores pero luego los dejó libres.
Se ve tan permanente el problema que tal vez El Colegio de la Frontera Norte podría fundar un centro de estudios sobre las muchachas asesinadas y violadas en Ciudad Juárez, ya que ni por sus deseos ni por su competencia las autoridades del Estado —ni las de la Federación— se ve que vayan a resolver el problema. No se sabe si no pueden o no quieren. Hasta los ciudadanos más ingenuos están convencidos de que está en funcionamiento una macabra forma de encubrimiento por parte de la policía, como suele suceder en casi todas las regiones del país. La policía se ha vuelto un poder paralelo que ni los presidentes (incluso el de la República) ni los gobernadores logran controlar.
Es como una novela de la señora P. D. James: los crímenes en serie suelen tener una connotación sexual y sus autores son tan imaginativos como un psicótico inteligente pero subyugado por la obsesión irrefrenable.
Lo terrible es que lo más previsible es que vayan a cometerse más crímenes del mismo corte, mientras el Estado es incapaz de cumplir con su función primordial, la que le da su razón de ser: la de dar protección a los ciudadanos.
¿Cuántas muertas más tendrá que haber para que el Ejecutivo, es decir: el Presidente de la República, y la pgr se decidan a intervenir?
Según los resultados de las deficientes investigaciones que de todas formas se pretende hacer, porque la sociedad civil de Ciudad Juárez está pegando de gritos, “todo indica que estos crímenes tienen alguna forma de protección policiaca, y el Gobierno panista habría solapado estos hechos”, afirma el escritor Sergio González Rodríguez.

No estaría mal persuadir a las autoridades de Ciudad Juárez —en donde ya van 124 muchachas asesinadas impunemente— de que contraten los servicios de una mujer especializada en investigaciones criminales. En Inglaterra se ha tenido ya la experiencia, desde hace muchos años, de que los equipos de detectives que incluyen a agentes mujeres tienen mejores resultados que aquellos grupos compuestos sólo por sabuesos del género masculino.
Y no es que las mujeres sean más o menos inteligentes que los hombres. Lo que pasa es que la visión bidimensional de las cosas es más completa en un equipo mixto. Cuatro ojos ven más que dos.
El factor añadido sería, pues, el femenino.
Aislados, hombres y mujeres, como individuos, se comportan de manera distinta cada uno. Pero en el proceso de socialización se cruzan las fronteras, y cada quien tiene una percepción más cabal si comparte la suya con otros.
No se trata de conjeturar si la sensibilidad de la mujer es distinta a la del hombre, más superficial o más profunda, pues como se ha visto en la literatura el factor sexual no es más determinante que cualquier otro. A nada ha conducido el prejuicio de que la visión de Marcel Proust tiende a ser femenina, y la de Marguerite Yourcenar, masculina. En la obra de arte, como lo hizo ver Virginia Woolf, no se sabe —ni importa— si un texto fue escrito por una mujer o por un hombre.
Sin embargo, la primacía histórica de los hombres en los organismos encargados de las averiguaciones criminales hizo que, por una cierta inercia cultural, se concediera muy poco crédito a las cualidades específicamente femeninas. Hasta que se vieron los resultados.
Las diferencias son muy sutiles, pero cuentan. Por alguna enigmática razón, las mujeres ven cosas que los hombres no ven, y eso lo saben muy bien las parejas heterosexuales cuando en el reencuentro nocturno confrontan lo que vieron u oyeron durante el día.
Algunos psicólogos conductistas consideran que las hormonas juegan un papel importante en la estructuración cerebral de las pautas de comportamiento específicamente masculinas y femeninas. Mientras los hombres tienden a pensar espacialmente en cuanto a distancias y medidas, las mujeres, por el contrario, piensan en términos de signos y referencias. Parece ser que la mujer tiene una percepción muy especial de la geometría espacial. Véase por ejemplo cuando estacionan un carro, según una lógica muy distinta a la del hombre. Sin embargo, paradójicamente, muchas mujeres son estupendas en la carretera y a muy alta velocidad, como que en ese caso su visión de conjunto es algo aprehendido por su cerebro de manera más eficaz.
Las mujeres están mucho mejor dotadas que los hombres para concentrarse en su entorno inmediato, lo cual las vuelve más eficientes en lo que respecta al rastreo de los pequeños detalles. Y así lo permite ver la habilidad de las mujeres para investigar los asesinatos de corte hollywoodense, para no hablar de otras cualidades específicamente femeninas, como la ausencia de violencia, la receptividad y la capacidad emocional.
Por todas estas informaciones es comprensible que no pocos autores de novelas policiacas inglesas —como P. D. James, Martin Amis, Philip Kerr— incluyan ahora a detectives mujeres en sus historias. Lo mismo pasa en las series de la televisión británica.
En Una investigación filosófica (Ed. Anagrama), del novelista británico Philip Kerr (que está jugando con el título de Wittgenstein, Investigaciones filosóficas), la inspectora jefe Isadora Jakowicz asiste en Frankfurt a un simposio sobre técnicas de investigaciones criminales y diserta sobre los asesinatos “sin motivos aparentes” o de “pura diversión”, y de connotaciones sexuales. Habla del vínculo de camaradería masculina que suele establecerse entre los agentes y el individuo al que persiguen —la complicidad entre policía y delincuente— y de la necesidad de incluir personal femenino en los casos de asesinatos de mujeres, para no limitarse a la visión unidimensional masculina. Como que los hombres sólo ven un lado de las cosas.
El análisis informático de las investigaciones de asesinatos en serie ha permitido determinar en Inglaterra, dice Philip Kerr, que las indagaciones en las que había participado algún agente del sexo femenino presentaban un mayor índice de éxitos en lo que se refiere a detenciones que aquellas en las que el equipo estaba formado exclusivamente por hombres.
El Ministerio del Interior recomendó al jefe de la policía metropolitana que incrementara el número de agentes femeninos especialmente en las investigaciones de asesinatos de mujeres al estilo de las novelas angelinas de James Ellroy, autor de Mis rincones oscuros y La dalia negra. A partir de entonces, toda investigación que implique a un asesino sin motivaciones aparentes debe incluir a una agente del sexo femenino, de rango superior, a fin de mejorar las calidad de las pesquisas, a alguien parecida a la Mike Hoolihan de Tren nocturno, la novela de Martin Amis.
En los años 80, añade el novelista, cuando aún no se pensaba en la participación de mujeres investigadoras o apenas eran el 2 por ciento, sólo se conseguía culminar las pesquisas con un arresto en el 46 por ciento de los casos. En los primeros años 90, cuando ya se aplicaban las nuevas normas, había aumentado hasta 44 por ciento el número de mujeres detectives y se lograron consignaciones en un 73 por ciento.
Ciertamente ha habido también avances en las técnicas de detección forenses, como el código de barras y las huellas genéticas de los delincuentes sexuales (la identificación del AND de una persona puede hacerse a partir de su esperma, saliva, cabello o un fragmento de piel), pero es claro que la puesta en práctica de la participación femenina en las investigaciones tiene que ver con el aumento de al menos un 20 por ciento en el número total de consignaciones.
La inspectora Isadora habla de su propia experiencia. Relata que estuvo en dos casos en los que su colega detective no vio algunas cosas.
Al investigar a un exhibicionista sospechoso de asesinato de connotaciones sexuales, David Boysfield, la detective Isadora se percató de la presencia en su apartamento de varios ejemplares de un número específico de una revista de mujeres desnudas.
“Tal vez sea significativo que mi colega varón no haya reparado en ese detalle”, cuenta la detective, que relacionó la revista con el hecho de que el acto de exhibicionismo de Boysfield se había producido ante varias pantallas de televisión en las que aparecía la locutora Anna Kreisler, quien también estaba en las portadas de la revista. El caso es que Isadora estableció una relación y determinó que en sus fantasías sexuales el delincuente asociaba a la periodista con sus víctimas en cuyas bocas eyaculaba antes de extrangularlas. Sobre las figuras fememinas desnudas había pegado recortes de fotografías de la Anna Kreisler mientras acondicionaba una muñeca inflable con la voz de la periodista grabada y una vagina con movimiento de succión que funcionaba con pilas. Las baterías eran del mismo tipo que se encontraron en los órganos genitales de las ocho víctimas que se le atribuyeron a David Boysfield, actualmente preso en un hospital psiquiátrico para criminales, condenado a cadena perpetua.
“Mientras las víctimas sigan siendo predominantemente mujeres, el problema nos incumbe a todas, de tal forma que no podemos dejar su resolución, así nomás, en manos de los hombres”, dice la detective Isadora Jakowicz.
[1999]

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