Sunday, December 03, 2006

Estrellas de Acapulco

El cine es la verdad
24 veces por segundo.
--Jean-Luc Godard

En 1966 Michelangelo Antonioni se inspiró en un cuento de Julio Cortázar, “Las babas del diablo”, para realizar una película en Londres: Blow up. Tal vez un exceso de honestidad intelectual —muy rara, por cierto, entre la gente de cine— hizo que el cineasta italiano le diera crédito al ecritor argentino, pues la anécdota del relato realmente no se reproduce tal cual. Lo que incitó a Antonioni fue el mecanismo de la fotografía.
En “Las babas del diablo” —título que ha circulado con dos erratas curiosas: “Las balas del diablo” y “Las barbas del diablo”—, el narrador de Cortázar se pasea por la isla San Luis junto al Sena y dispara al azar su Cóntax 1.1.2. Cuando revela en su cuarto oscuro las fotografías descubre una situación: una mujer seduce a un adolescente en una banca, pero no para ella sino para un individuo que, atrás, espera en un automóvil. Ésa es la idea que arma la trama de Blow up, es decir, de “Amplificación”.
Un fotógrafo, David Hemmings, retrata a una pareja que retoza eróticamente en un parque, frente a una espesa arboleda. Una vez en su laboratorio, el fotógrafo sospecha algo extraño en la mujer, Vanessa Redgrave, que parece manipular a su seductor —o su seducido— para que se aproxime al follaje del fondo: para ponerlo a tiro. El fotógrafo amplifica una y otra vez la fotografía hasta que discierne que entre las hojas de la arboleda se delínea una pistola y la mano que la empuña.
Es lo contrario de la fantasmagoría (el arte de hacer aparecer figuras por medio de ilusiones ópticas), pues se trata de descubrir indicios en la imagen en movimiento, congelándola. Y eso es lo que se propone la criminología elaborada en torno a la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. A falta de documentos verosímiles, completos y no contadictorios, los historiadores se esmeran en hacer sus deducciones a partir de fotogramas.
No lo he podido comprobar, y tampoco hace falta comprobarlo, pero me han contado que un camarógrafo alemán o norteamericano estuvo filmando la matanza desde un edificio (el del issste tal vez) situado frente a la plaza de las Tres Culturas con una cámara de 16 milímetros. Como el cineasta había estado antes en Acapulco filmando a un grupo de bellezas célebres —personajes como Kity de Hoyos, Begoña Palacios, Fanny Cano, tal vez—, cuando se presentó en el aeropuerto para salir del país disimuló los rollos de Tlatelolco en unas latas que, sobre masking tape, decían ESTRELLAS DE ACAPULCO.
Pero este personaje, si es que existió, no fue el único que captó el sangriento escenario. El cineasta Servando González, autor de Viento negro, y el camarógrafo Cuauhtémoc García Pineda aseguraron a la revista Proceso en abril de 1998 que filmaron desde el piso 19 de la torre de Relaciones Exteriores por encargo del entonces secretario de Gobernación, Luis Echeverría. Por eso creen que Echeverría esta enterado de lo que iba a suceder y que fue el responsable de la desaparición de la pelicula.
Cuando a principios de octubre de 1998 Televisa transmitió unas imágenes fílmicas del acontecimiento, Carlos Mendoza, director del Canal 6 de Julio, se dio a la tarea de estudiar las secuencias que la televisora presentaba como “inéditas” y “sin cortes”. En una de ellas un hombre de guante blanco conducía a un individuo, pero en otro segmento se aprecia que los dos hombres, casi de espaldas, iban escoltados por soldados. “Eso muestra que sí hubo coordinación entre los integrantes del batallón Olímpica y el Ejército”,dijo a Elena Gallegos, de La Jornada, el ex líder estudiantil Raúl Álvarez Garín. En otras tomas se discierne con mayor precisión a francotiradores apostados tras las almenas del templo de Santiago Tlatelolco y sobre el techo del convento.
En su análisis de los documentos del general Marcelino García Barragán, dados a conocer en Parte de guerra, el libro de Julio Scherer y Carlos Monsiváis, el escritor Carlos Montamayor también se ha demorado en las escenas recogidas por las seis cámaras de Servando González y estima indispensable la recuperación de este material fílmico para establecer fehacientemente una composición de lugar del escenario del crimen.
“Una emboscada al Ejército de esta dimensión no la efectuó un pequeño grupo de diez francotiradores. El ataque revela al acción coordinada de diversos comandos”, dice Montemayor contradiciendo la revelación póstuma de García Barragán en el sentido de que el general Luis Gutiérrez Oropeza sólo envió a diez de sus hombres del Estado Mayor Presidencial.
Para identificar la primera desviación de la película habría que interrogar a Luis Echeverría. “La información que posee sería fundamental para una investigación del Ministerio Público Federal y para la historiografía futura”, concluye Montemayor.

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