Sunday, December 03, 2006

La edad de la ideología

Soy de izquierda, pero
hace mucho que no ejerzo.
--Jaime Gil de Biedma

Mi amigo el escritor y capitán piloto aviador Víctor Manuel Camposeco me escribe desde Cuernavaca:
“Acabo de leer tu texto sobre los espías varados en Quauhnáhuac. De nuevo, la realidad mejora a la fantasía. Quizá conozcas un libro que se titula El fin de la inocencia, de Stephen Koch (Ed. Tusquets)). Es un gran ejemplo del asunto. El personaje, de la vida real, que es motivo del libro (una magnífica investigación), Willi Münzenberg, fascinante personaje, insuperable espía y seductor de intelectuales que apoyaron al régimen stalinista, apareció muerto en 1940, justo en un pueblito, Montagne, muy próximo a Grenoble, a donde irás próximamente. Lo que llevo leído del libro ilustra todos lo que dices en ‘Las armas secretas’ (La hora del lobo) sobre el tema, y quizá un poco más porque está relacionado con la cooptación de intelectuales para fines políticos (a menudo nefastos, como en el caso de la URSS). Si ya conoces el libro coincidirás conmigo; en caso contrario puede ser una buena lectura para el cruce del Atlántico. Un abrazo, VMCamposeco.”
El muerto de Grenoble –unos cazadores encontraron en un bosquecillo el cadáver descompuesto de un hombre sentado; no se supo si se suicidó o lo asesinaron— fue un protagonista secreto de la batalla ideológica de los años 30. Desde los cafés parisinos tejió una vasta red de desinformación y de intriga, que comprendió los campus de los colegios de Cambridge (donde se reclutaban agentes, como Philby, Burgess y Maclean, al servicio de Moscú) y llegó hasta Hollywood, el Frente Popular francés y el Partido Comunista Español durante la guerra civil.
El joven alemán, crecido en los barrios obreros de Berlín, fue descubierto por Lenin y utilizado por su extraordinario talento para las sutilezas del espionaje: blanquear dinero, falsifica pasaportes, contrabandear gente por las fronteras, y fue nombrado director de facto de las operaciones clandestinas de propaganda. “Tal y como se ahora se consideraría a un joven genio de la informática”, dice el historiador norteamericano Stephen Koch.
Se trata, pues, de la infiltración de los agentes stalinianos en las estructuras gubernamentales e intelectuales de Occidente, entre la gente de izquierda que actuaba de buena fe y se sumaba a la lucha antifascista en organizaciones como el Movimiento por la Paz y el Frente Popular. Paradigmático de la época es el caso de los estudiantes de Cambridge, Inglaterra. “Miles de jóvenes brillantes e idealistas en las democracias liberales serían incorporados a la esfera de la influencia de Stalin por medio del fervor ético de su reacción ante la amenaza nazi”. Menos descabellada resultaría la idea pocos años después cuando la Unión Soviética combatía del lado de los aliados norteamericanos y europeos en contra de Hitler. Por debajo del agua, se estaba con un país amigo.
Todas las versiones que hasta ahora hemos conocido sobre los casos de espionaje no suficientemente comprobados en su momento, como el de Alger Hiss, empieza a ser vistos con nuevas luces porque han sido abiertos para los historiadores, a partir de los años de Gorbachov, no pocos de los archivos estatales de la ex Unión Soviética: los Archivos Centrales del Partido y el Centro Ruso para la Conservación y Estudio de Historia Contemporánea.
La indagación de Koch viene a ser más fiel a la verdad, con pruebas documentales, que a figuras que para muchos de quienes nacimos en los años 40 contaban con nuestra simpatía intelectual y de todas maneras siguen contando con ella: Ernest Hemingway, John Dos Passos, Lillian Hellman, Dashiell Hammett. En un impulso de solidaridad con los republicanos españoles parece ser que, junto con la opinión pública occidental también fueron objeto de una gran, perversa manipulación. Incluso André Malraux, dice Koch.
El escenario también es el de los famosos juicios de Moscú de 1937 y las actuaciones de los escritores se perciben menores comparadas con las conspiraciones de “operativos” como Félix Dzerzhinski, Noel Fiel, Otto Katz y el mismo Willi Münzenberg, que a la postre fueron asesinados.
Esta nueva hitoriografía se aleja de la fobia anticomunista todavía vigente en los años 60 e invita a repensar los hechos, las circunstancias y a sus personajes. Lecturas obligadas sobre el tema serían De los archivos literarios de la KGB, de Vitali Chentalinski, y la novela de Víctor Serge, El caso Tuláyev, traducida por David Huerta.

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