Wednesday, September 06, 2006

El poder en El Quijote

Miguel de Cervantes tenía 58 años cuando escribió el Quijote y Alonso Quijano —el personaje que era adicto a las novelas de caballería y se pone a representar a otro personaje, al Amadís de Gaula, fingiéndose loco— apenas frisaba los 50 años. Sin embargo, es difícil creer en la “locura” de un personaje de discurso tan coherente y de tanta sabiduría.
Al fundir la narración histórica y los diálogos del teatro, Cervantes inventa en nuestra lengua y en la historia (en 1605) un nuevo género literario: la novela, que no es nada argumental —dice Javier Marías—, sino más bien errátil y divagatoria, muy libre en su dispersión, su divagación y su errancia. El segundo tomo es de diez años después, de 1615, y Cervantes está más maduro como narrador. Es muy suelto; está escrita como habla la gente de la calle.
Roger Bartra, nuestro melancolicólogo más notable, dice que el Quijote es un personaje melancólico. “Su melancolía sería la causa tanto de su locura como de su salud. Don Quijote hace una imitación, y no un elogio, de la locura.” Así como en el cristianismo se procura la imitación de Cristo, don Alonso imita al Amadis de Gaula. “Viva la memoria de Amadís”, exclama, “y sea imitado de don Quijote de la Mancha en todo lo que pudiere”. Bartra siente que en don Quijote ocurrió una verdadera mutación, casi en el sentido biológico del término. No es fácil explicarlo porque su melancolía, advierte Bartra, está inscrita en un simulacro ritual. “No se sabe si el simulacro de la melancolía quijotesca expresa una tristeza real o es meramente una invención ingeniosa.”
Susan Sontag cree que la primera novela que se escribió sobre la adicción fue el Quijote.
Si uno se pone a buscar la palabra poder en el Quijote no la encuentra; sus referencias al poder son casi inexistentes. Como que a Cervantes no le interesaba mucho el tema. Sólo cuando don Quijote despide a Sancho que se va a gobernar la isla Barataria le desliza algunos consejos sobre el arte de gobernar que en cierto modo son una burla de la nobleza española.
Sancho quiere saber a qué sabe el ser gobernador, “por ser dulcísima cosa mandar y ser obedecido.”
“Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agusos.
“Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.
“No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería.
“Iréis vestido parte de letrado y parte de capitán, porque en la ínsula que os doy tanto son menester las armas como las letras y las letras, como las armas.
“En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quienes su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquel excremento y añadidura que se dejan de cortar fuesen uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero.”
Después de su experiencia en los páramos del poder, en los que creía que iba a hartarse de viandas, Sancho hace sentir que el gobernar es tedioso. Pero al retirarse impaciente de su reino, sostiene que, haya como haya sido, no se corrompió:
“…cuanto más que saliendo yo desnudo, como salgo, no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel”.
La percepción más interesante sobre la doble personalidad de don Quijote se la debemos a Américo Castro. El notable historiador español, tan vapuleado por Borges, cree que don Quijote es un personaje pirandelliano avant la lettre:
En la segunda parte de la primera novela en castellano don Quijote y Sancho discuten sobre un libro que anda circulando por ahí titulado El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y se quejan de su autor, Miguel de Cervantes.
No sólo asistimos a la conversión de la criatura en personaje sino al diálogo entre personajes ficticios y su creador, tema crucial en la obra del siciliano, Seis personajes en busca de autor. En 1605 Cervantes era pirandelliano, tres siglos antes de que Pirandello expusiera su visión de los seres humanos, muy acordes con el modo de ser de la gente de Agrigento.
Entre la realidad y la quimera, el Quijote reclama para sí una existencia a la vez real e imaginaria. Y el poder no lo quita el sueño.

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