Wednesday, September 06, 2006

Puntos ciegos

No puede uno escotomizar ciertas zonas de la realidad nacional para luego campantemente deducir que todo, en la era del actual Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, está muy bien. Es como si de un archipiélago borráramos las islas desagradables: la isla de la tortura, la isla de la propaganda, la isla del fraude perfecto, la isla de la prefabricación en todos los órdenes —especialmente el judicial y el electoral—, la isla de la soberbia para imponer —por la fuerza— a gobernadores, senadores y diputados y, sobre todo, a un sucesor en la Presidencia.

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La razón de Estado: la razón del Presidente o del “Estado presidencial”.

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Como gremio, muy pocas veces se ha manifestado los escritores, en grupo, en un solo bloque. Posiblemente el actuar como gremio no corresponda al modo de ser natural de los intelectuales mexicanos, sobre todo porque no es muy cierta su existencia como gremio o corporación. (Cualquier ciudadano pensante y crítico es un intelectual.) Sólo una vez, que se tenga memoria, se pronunciaron: cuando fue encarcelado La Quina. Fernando Gamboa leyó en el noticiero de jz24 que todos los intelectuales estaban muy contentos con la medida: leyó el mismo texto que apareció al día siguiente en todos los periódicos en desplegados pagados por el gobierno, que también había convocado a la firma del pronunciamiento.
Pero como gremio los escritores habían guardado silencio —seis meses antes— ante unas elecciones presidenciales tan fraudulentas como las de Pascual Ortíz Rubio, Manuel Ávila Camacho y Adolfo Ruiz Cortines. Como gremio, en conjunto, en bola, los intelectuales no nos hemos enterado de que vivimos en uno de los países del mundo —los Estados Unidos Mexicanos, llamado así extraña y oficialmente— en que más se tortura y en el que, en el correr de una década, desaparecieron por lo menos más de 500 mexicanos. Como gremio, hemos callado ante la tortura y la desaparición de personas. Antes de 1962, unos 120 intelectuales franceses —con riesgo de su propia vida, en los años de la oas— firmaron una protesta contra la tortura en Argelia. Y protestaron como gremio. Como grupo. Sartre, entre ellos. Simone de Beauvoir.
“El intelectual, el hombre de letras, es aquel que interviene y se sitúa en el espacio de la polémica. Resulta entonces que intelectual es sinónimo de opositor y que el intelectual orgánico es la negación del intelectual tout court. Por otra parte, los intelectuales no son una corporación: ser intelectual es un derecho de cualquier ciudadano y toca a cada quien ejercerlo o no”.
—Claude Ambroise.

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Vivimos bajo el imperio de la subjetividad, como observaba Pirandello. Es impresionante de qué manera cada uno de los actores proyecta su imaginario político. Cada quien está viendo la película que le conviene a sus necesidades políticas e imaginativas. Y quiere que su proyección prevalezca por encima de todas las demás.

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El primero en utilizar el verbo escotomizar fue Sigmund Freud, en su ensayo sobre el fetichismo cuando habla de dos jóvenes que se habían rehusado a reconocer —es decir: habían “escotomizado”— la muerte del padre amado.
Se quiere sugerir con “escotomización” simplemente que ha sido cancelada una cierta zona del campo visual, perfilándose como una manchita, es decir: como un punto ciego.
La percepción ha sido borrada, “de modo que el resultado sería el mismo que si una impresión visual cayera sobre la mancha ciega de la retina”.

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Una contradicción en los términos: el “Estado presidencial”, tanto como “revolucionario institucional” o “muerte viva”.

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Al principio del poder consiste en su repetición. Quien lo ha probado quiere volver a ejercerlo y disfrutarlo. Es como el principio del placer: quien ha probado una sabrosa manzana roja quiere volver a deglutirla.
—No me digas —dice Hugo Hiriart—. Es como si tú me dijeras que una vez que una persona se acuesta con una mujer dice: Bueno, ya sé, ya no quiero más. No. ¿Cómo? Está el principio del repetir. Es el principio del placer de Freud: todo lo que te causa placer tiendes a repetirlo. Claro, una y otra vez. Si a ti te gusta un pastel o un helado, digamos uno de esos maravillosos tartufos que venden en Roma, un verdadero platillo para ángeles, tú no vas a decir: no, ya me comí uno y ya, no. Al contrario: uno quisiera comerse muchos más y todos los días.
Por ello mismo, por el principio del poder, no era del todo absurda la nunca prematura hipótesis de que el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos en 1992 pensaba reelegirse —o elegirse, más bien— en 1994.

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Escotoma: falta de visión en cierta zona del campo visual por insensibilidad en la parte correspondiente de la retina.

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La idea de la sicilianización de México y del mundo no se da en un territorio concreto sino constituye una zona, un estrato de la realidad mexicana en la que conviven los políticos, los narcotraficantes y los dueños de casas de bolsa: la santísima trinidad que verdaderamente ha saqueado al país. Ahí es donde se da la sicilianización de la República (la pérdida del espíritu público, el gobernar para favorecer intereses particulares) que consiste en haber conseguido, por fin, la inexistencia del Estado.
En México no existe el Estado. El Estado no sólo es la ley escrita sino la obediencia de la ley, que se cumpla la ley. Para que un Estado esté vivo es necesario que se cumpla ley. En México existe la ley escrita, pero no se obedece, no se cumple. Lo que tenemos en México es un Estado muerto, inexistente, una necrosis. En otras palabras, la sicilianización de la sociedad política mexicana, no tanto de la sociedad civil, es que desde el gobierno se ejerce el poder en beneficio de grupos e interese particulares y no a favor del bien común.
De ahí que decir “Estado de derecho” se un pleonasmo en la práctica. Basta decir “Estado”.

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Una máscara es un aditamento que distorsiona la identidad y que la esconde. Hay la máscara física, en el teatro, y en sentido figurado, las máscaras que nos ponemos y quitamos todos los días.

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Que si el poder lo cambia a uno o no.
Le toma a uno muchos años llegar a ese círculo. tiene que cumplir antes con el rito de la abyección. Los peldaños del poder suelen estar llenos de mierda. Pero luego de unos 25 años de intentarlo traspasa uno el umbral y ya está del otro lado: en el cielo. Entra como en un estado de gracia. Paradójicamente se vuelve mejor. Más generoso. Más comprensivo. Más tolerante.

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Imagino una novela policiaca mexicana con títulos como Personas desaparecidas, Cárceles clandestinas, El autor intelectual, La reina de las pruebas, De cadaverum crematione.
En las novelas malas se da una división muy marcada entre los buenos y los malos, pero en otro tipo de novelas nunca está muy bien dividida la bondad en relación con la maldad. Hay quien dice que en nuestro medio no se puede escribir novela policiaca porque no hay Estado, y si no hay Estado no puede haber un sistema de justicia confiable. No se puede escribir de policías que hacen respetar la ley porque el novelista caería en una de los problemas más escabrosos de su oficio: el de la falta de verosimilitud (o de credibilidad). Nadie se lo creería. (Volvemos al tema de la credibilidad, tan esencial al gobierno como al arte). En la realidad mexicana los delincuentes también son los policías. por eso la novela policiaca mexicana más auténtica y realista sería aquella en la que los asesinos y los ladrones y los asaltantes, además de los tradicionales, fueran también los policías. Hay una fusión entre policía y delincuencia, porque los que persiguen a los narcotraficantes son narcotraficantes ellos mismos, y hay una simbiosis entre policía y delincuencia tolerada por el poder público.

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Escotoma: síntoma de varias lesiones oculares; se caracteriza por una mancha oscura o centelleante que cubre parte del campo visual.

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Oíganlo bien, dice el Poder: En ningún caso, bajo ninguna circunstancia, en ninguna hipótesis, les vamos a transferir el poder. La Presidencia de la República no está en disputa. Eso no se discute. Para nosotros ése es el principio del poder: que no se transmite. Ni siquiera en el improbable caso de que perdamos las elecciones. ¿Está claro? ¿Se ha entendido el mensaje?

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Una vez, durante la guerra del golfo Pérsico en enero de 1992, el comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas, un inmigrante checoslovaco de apellido impronunciable, dijo en la televisión que en ese momento se encontraban —ellos, los norteamericanos y los iraquíes— en una especie de “mexican standoff”.
¿Qué quiere decir eso, “a mexican standoff”?, se estuvo preguntando durante años David Huerta.
Y yo me encontré un día con la definición en un diccionario de slang norteamericano.
Mexican standoff: A stalemate, deadlock Mexican seems to be used to give a sense of peril and crudeness to the situation, as if two personas faced each other directly with raised machetes of loaded-guns.
Algo así como “en jaque”. Estancamiento. Empate. Punto muerto. Ahogo del rey (en ajedrez). Sólo que en 1994 quienes se encontraban en un mexican standoff eran el gobierno y los nuevos zapatistas.

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Miedo y poder.
Postular un “poder intimidatorio” equivale en cierto modo a proponer un pleonasmo tan ocioso como todos los pleonasmos pues está en la naturaleza misma de todo poder infundir miedo. Es una prerrogativa también de la divinidad en la invención de los creyentes o en las personas de sensibilidad religiosa: si se imagina o se inventa, como en la literatura fantástica, una figura como la del dios iracundo y vengativo, es porque a ése ser o poder superior se le consiente la gracia de despertar temor.
La estrategia de la intimidación puede ser una opción de quienes —al sospechar que su demasiado poder se les puede escurrir como agua de las manos— quieren mantenerse en el trono.
Hannah Arendt concluye así su ensayo Sobre la violencia: “Cada disminución del poder constituye una invitación abierta a la violencia. Y eso ocurre porque quienes tienen el poder y sienten que se desliza de sus manos, sean el gobierno o los gobernados, siempre han tenido dificultad en resistir la tentación de sustituirlo por la violencia.”
A Norberto Bobbio lo interrogaron una vez sobre la relación entre miedo y poder y contestó:
“El miedo siempre ha sido un instrumento del poder. Por una razón muy simple: tener poder quiere decir tener la capacidad de determinar el comportamiento de los demás, de hacer que los demás hagan lo que espontáneamente no harían. Nada mejor que el miedo sirve a este propósito. El miedo tiene un efecto paralizante. Te desanima a hacer lo que querías y te constriñe a hacer lo que no querías.”
El miedo hobbesiano queda explicado así en el Leviatán: el temor a la muerte se localiza en el origen mismo de la ley el Estado. Antes de reunirse y ponerse de acuerdo, los seres humanos viven en una virtual situación de guerra y temor en la que no existe “conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve”.

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En tiempos de propaganda, como nos ha tocado vivir en este nuestro fin de siglo mexicano, es estridencia del Complejo Propagandístico Gubernamental no deja oír muy bien las voces individuales del ciudadano en la plaza, el libro o la revista. Sin embargo, como decía Francis Scott Fitzgerald:
“La prueba de una inteligencia de primera es la capacidad de retener en la mente al mismo tiempo dos ideas opuestas sin perder la facultad de funcionar. Uno debería, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas no tienen remedio y, sin embargo, estar decidido a cambiarlas.”
Es la paradoja de la inteligencia y la esperanza.

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Escotoma: punto ciego en algún lugar de la retina.

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