Thursday, March 17, 2011

El problema de la justicia



—Pero no todos son inocentes. Digo,
los que caen en el engranaje.
—A como anda el engranaje, todos
podríamos ser inocentes.
—Pero entonces también podría decirse:
a como anda la inocencia, todos podríamos
caer en el engranaje.
Leonardo Sciascia, El contexto



Si algo ha dejado el diferendum con Francia por el affaire Casez es que se puso al menos de manifiesto lo mucho que nos avergüenza el desastre y la corrupción del sistema de justicia mexicano. Otra llamada de atención, una más, ha sido la exhibición del documental Presunto culpable, que se queda corto si se piensa en los muchos miles de inocentes que pierden y desperdician sus vidas en las cárceles mexicanas.
La pregunta es angustiosa: ¿Por qué antes y después de la Revolución, durante todo el siglo XX, no hemos podido resolver el problema de la justicia? La policía mexicana de nuestros días no ha sido mejor que la de los rurales que apuntalaban la dictadura de Porfirio Díaz, un cuerpo integrado por asaltantes y asesinos. No por nada Los bandidos de Río Frío, la gran novela de Manuel Payno, eran policías.
Lo que queda claro es que el sistema de la administración de la justicia en México —a cargo de hampones profesionales y litigantes delincuentes— no es el sistema de justicia de un país democrático.
Lo sabía y lo presentía Franz Kafka en “La colonia penitenciaria”: “El principio por el cual me rijo es: la culpa está siempre fuera de duda.”
¿De dónde surge la policía, cómo se forma y se sostiene, a quién sirve? ¿Es un monstruo autónomo, con dinámica y código propios, invencible? ¿Quién es la que verdaderamente tiene el poder en la calle?
La policía guarda el orden, blasón de todos los dictadores. A veces el orden “evoca el desorden más profundo: véase el caso del fascismo”, dice Sciascia. Y, leyéndolo, Rodolfo Peña acotaba: “Si el problema de la policía no se ha resuelto es porque jamás, en ninguna parte y en ninguna época, se ha hecho el más mínimo intento de resolverlo.”
A nuestro amigo chihuahuense, periodista y editor de La Jornada, le gustaba leer al siciliano. Decía Rodolfo Peña que en realidad la policía no es ningún problema: Para los poderes —que incluyen a la sociedad política, pero también a los dueños de la riqueza y a las iglesias— la policía es una necesidad, una garantía de preservación y reproducción como cualquier otro cuerpo coercitivo. El Ejército, por ejemplo.
El supuesto es que los poderes están siempre enfrentados a una masa degradada, poco fiable, cargada de culpas y de faltas, capaz de amotinarse en cualquier momento y de cometer las peores tropelías.
En el poder a nadie le importa lo que la policía haga con la masa anónima de la que sus miembros fueron arrancados un día para enfundarlos en un uniforme, diferenciarlos y ponerlos en estado de tensión continua, contra sus antiguos congéneres.
“Si la policía roba, extorsiona, golpe, tortura, secuestra y mata, no hace más que confirmar sus deformaciones y vicios de origen, y así está bien: lo que sí le está prohibido es aliarse con la masa, identificarse socialmente con ella, porque entonces perecería su razón de ser.”
No se trata de administrar justicia, sino de mantener a raya a la masa.


http://periodismoimpreso.blogspot.com/

Monday, March 14, 2011

Política y moral

por Eduardo Clavé

Conocí a Federico Campbell un fin de semana de 1976 en Valle de Bravo. Nos había invitado una amiga de mi novia. Hablamos, naturalmente, de literatura. Me recomendó la excelente novela de Doctorow, Ragtime, que leí de inmediato. Hablamos de los espías británicos Burgess, McLean, y desde luego de Kim Philby, un tema que hasta hoy nos quita el tiempo y del que Federico y yo hemos leído casi todo lo que se ha escrito.
Además de sus sugerencias literarias recuerdo muy bien su mirada curiosa de escritor, puesta de manera casi inquisitiva en mí y en mi novia; puedo jurar que nos veía como el ejemplo de los “niños bien” para una posible novela sociológica.
Unos días después de aquel fin de semana me dijo a solas, en una especie de pregunta-afirmación:
—Oye, tu novia es muy burguesa, ¿verdad?
Por supuesto me llamó la atención la frase porque en esa época en la UNAM, donde yo estudiaba periodismo, todos debíamos ser marxistas, y ser burgués era la antesala del Gulag universitario.
Federico dirigía por esos años con mucho éxito Mundo Médico, a la que había convertido en una revista de intereses muy variados y de gran calidad.
Me ofreció publicar ahí un artículo. Cuando se lo llevé Federico lo leyó de un tirón, y me dijo:
—Está bien. Sólo que la palabra “imagen” no lleva acento.
En realidad me gusta esa forma directa y a veces brusca de Federico de decir las cosas por su nombre. Pero poco a poco fui conociendo al Campbell que más me gusta: el hombre preocupado por la suerte de los demás, conmovido por el dolor ajeno y por la injusticia.
Nos vimos algunas veces después en su casa. Yo admiraba la cantidad y calidad de los libros que tenía. Desde entonces y hasta ahora recibí de Federico generosas recomendaciones sobre temas y títulos que yo nunca hubiera conocido. Además nos interesaban muchos asuntos en común: la historia, las novelas que tenían una clara referencia a la realidad política y, desde luego, Leonardo Sciascia, uno de sus autores favoritos y sobre el cual Federico escribió un libro indispensable. Para mí la política era una pasión y no un dolor, como lo es hoy. Pero ya para entonces a Campbell le dolía esa parte descarnada, esa parte inhumana e injusta que tiene el ejercicio del poder.
Aquel fin de semana en Valle de Bravo surgió en la conversación un tema que le preocupaba: el tratamiento que todavía en ese tiempo se aplicaba en México a los internados en hospitales siquiátricos: los electroshocks como terapia y la lobotomía como “solución final”. Su preocupación era sobre la parte humana del tema, no sólo su aspecto clínico, aunque de la parte médica y neurológica sabe y sabía ya un mundo. A mis irresponsables y soberbios 23 años esa preocupación y ese dolor no me tocaban. Pero es cierto que quedé impresionado no sólo por el tema sino por la verdad de la preocupación de Federico.
Me fui de México algunos años y al volver conocí a Arturo Cantú, amigo también de Campbell, y eso nos volvió a unir.
Arturo Cantú fue también una especie de guía en muchos sentidos. Su enorme timidez social era sólo superada por su cultura, adquirida de manera metódica y profunda. Cantú nos juntó a David Huerta, a Federico Campbell y a mí, hasta hacer un cuarteto que envidiarían los mosqueteros de Dumas.
Federico se fue a la revista Proceso. Yo al servicio público y luego al mundo editorial. Las novelas policiacas y los espías seguían quitándonos el tiempo. Pero la historia y la política permanecieron como asuntos fundamentales de nuestra preocupación.
Los últimos 30 años de México son, me parece, la historia del desarrollo del cinismo como elemento básico del poder. La impunidad no es más que un reflejo de ese cinismo creciente de los políticos mexicanos.
A mediados de la década de los 80, Grijalbo publicó una edición de las memorias del cacique potosino Gonzalo N. Santos, el Alazán Tostado. El libro tuvo un éxito rotundo sobre todo entre la clase política. Lo que más gustó de esas voluminosas memorias de un cacique corrupto y orgulloso de ser asesino, fue una frase de Santos que se volvió aforismo: "Moral es un árbol que da moras, o vale para una chingada".
A lo largo de los años siguientes, la frase corrió con una suerte demasiado sospechosa. Hasta que se convirtió en un axioma repetido por los políticos y tecnócratas como materia de fe. La política —pensaban ya entonces y ahora— no tiene que ver con la moral. Muchos periodistas y columnistas empezaron también a citar la frase y a hacer de ella su propio emblema. La moral en la política —suponen— es para los ingenuos, para quienes producen ternura, como me dijo una vez, presumiendo de su falta de moral, el Jefe Diego.
En todos estos años he visto caer vencidos ante lo que significa esa frase del Alazán Tostado, no sólo a políticos sino a jóvenes analistas y académicos que intuyen que su quehacer no tiene sentido porque nadie les hace caso y que la moral en el México actual, en efecto, vale para una chingada.
En todos estos años he encontrado muy pocas excepciones, entre ellas, y de manera notable, alguien a quien no ha podido vencer el cinismo nacional: nuestro periodista, pensador y novelista Federico Campbell, que cada mañana lee la prensa, consulta un libro, le habla a un amigo sobre el tema del día o piensa qué pensaría Sciascia de la corrupción, del asesinato impune, del robo al erario, de la prepotencia e irresponsabilidad del servidor público, de los partidos sin principios, de la ostentación de los nuevos ricos con los negocios del gobierno.
Después se encierra una tarde y escribe su artículo semanal para la columna Máscara Negra en la revista Milenio o escribe un ensayo sobre el poder que es de una inteligencia y de una profundidad inusitadas en nuestro país.
Me refiero al tipo de ensayos reunidos en un libro suyo que todos los que quieran entender algo de cómo opera el poder deberían leer y releer: hablo del título La invención del poder, publicado en 1994 y recientemente reeditado y enriquecido.
De ese libro recuerdo un texto titulado, en latín, De cadaverum crematione. Leo sólo el primer párrafo:

Los zorros nos gobiernan. Son muy astutos. Difícilmente podría uno imaginar de lo que son capaces de hacer para que no nos demos cuenta de un acontecimiento. Son muy listos. Son muy zorros.

El texto se refiere a la quema de los votos de la elección de 1988, el 26 de diciembre de 1991. La cremación del cuerpo del delito, pues. La desaparición, bajo el fuego, de las pruebas del triunfo de Cárdenas sobre Salinas de Gortari. Los zorros, los que los quemaron, son los mismos personajes que hoy hacen política en los tres partidos que padecemos: Carlos Salinas de Gortari en el PRI, Diego Fernández de Cevallos en el PAN y Manuel Camacho Solís en el PRD.
Y entonces Campbell y yo vamos juntos a desayunar o a comer y después de un rato de platicar de la actualidad, es decir del árbol que da moras, casi de manera invariable me dice:
—Oye, Clavé, ¿tú crees que sirve de algo lo que escribo? —y después de un silencio apesadumbrado, agrega: —Oye, Clavé, ¿te has fijado que en México puedes denunciar todo y no pasa nada? Yo he dicho cosas en mis artículos que son muy graves y no pasa nada —como esperando que yo le responda que en efecto no sirve nada de nada y que todo vale una chingada. Pero no se lo digo porque pienso, como él, y tal vez gracias a él, que no hay que cejar ni darse por vencido; porque si la literatura y el periodismo no sirven para mejorar la vida y prevenir calamidades, entonces no sirven para nada.
Pero al día siguiente Federico vuelve a leer los periódicos, mexicanos y extranjeros, vuelve a consultar un libro de historia y uno de medicina o de cualquier tema que no sea ajeno a lo humano, y luego se encierra en su estudio y escribe un artículo importante o un ensayo profundo sobre la memoria o sobre el poder o sobre su padre o sobre la grandeza y la bajeza de la política.
Y mientras escribe, Campbell sabe que los zorros nos gobiernan. Que son muy astutos. Que son muy listos. Que son muy zorros.
Y sin embargo vuelve a darnos una Máscara Negra como si tuviera 20 años y creyera, como Sartre, que las novelas y los artículos pueden realmente cambiar el mundo.
O nos regala una novela donde no se pregunta por la cosa política sino por las cosas más importantes para los hombres, como los padres, o las hermanas, o la memoria, o la melancolía o la tristeza y sus sinrazones.
Y cuando manda su artículo, o su ensayo, o su libro a la imprenta, Federico no sabe lo mucho que lo admiro ni sabe que él es mi vacuna contra el cinismo nacional.
Porque Campbell no se ha rendido al legado de Gonzalo N. Santos, como lo han hecho sin vergüenza casi todos, en todos los partidos.
Porque Campbell es parte de esa reserva moral que yo creo existe en este país y que todavía puede salvarnos.
Pero también lo quiero porque me dice sin rodeos que “imagen” se escribe sin acento. Y Campbell y Huerta y Cantú y yo creemos que la ortografía es una de las cosas más importantes en la vida.

Wednesday, March 02, 2011

Montón de piedras

El “Estado de derecho” no es
más que un pleonasmo carente de
sentido. Derecho y Estado son
conceptos idénticos: sinónimos.

—Hans Kelsen

Como un montón de piedras se ha ido desmoronando el Estado mexicano: hay por lo menos 900 lugares de la República en los que ya no está. Son espacios en los que el Estado ya no ejerce y en los que la delincuencia organizada ha sentado sus reales. Es lógico: dos poderes —si proyectamos el axioma de la geometría euclidiana— no pueden ocupar el mismo lugar en el espacio.
Piénsese si no en el nada insólito episodio que el l5 de marzo tuvo como escenario el pueblo de Creel, en la sierra de Chihuahua, cerca de la Barranca del Cobre: durante una hora y media fue grabada por una cámara televisiva (puesta allí por alguno de los servicios de seguridad del Estado) la toma de Creel y transmitida en un programa de Denise Merker en el canal que ahora lanza a la presidencia al gobernador Enrique Peña Nieto.
En una hora y media no se hizo presente ninguna de las múltiples y diversas policías de las inmediaciones de Creel, acaso por que estaban dormidas. Todo fue entre las cinco y media y las siete de la mañana. Como en aquel famoso western: Pistoleros al amanecer.
Al menos durante esos cien minutos no existió en Creel el Estado mexicano. No se vio policía ni ejército ni nada, como si se trata de una tierra de nadie, fuera del contexto jurídico nacional: un vacío de Estado, una bolsa de aire, la inocultable inexistencia del gobierno constituido y formal (“haiga sido como haiga sido”, según el filósofo idealista berkeliano que despacha en Los Pinos).
Dice Edgardo Buscaglia, funcionario de la ONU aquí en México, que hace cinco años eran unos 400 lugares del territorio nacional en los que el Estado ya no ejerce. Ahora son 900, explica. Cuando cobra impuestos, derecho de piso, cuando retiene, cuando deja pasar, cuando cierra o toma un pueblo, el Crimen esta queriendo decir: Yo sustituyo al Estado.
No quisiéramos cometer el pecado del pesimismo, pero no sólo lo profieren los “inexistencialistas“ del Estado (los que creen que en México ya no existe el Estado) en uno de tantos mentideros de la coloia Condesa. También lo han dicho sin ambages personajes como Jorge Tello Peón, nada menos que Secretario Técnico del Consejo de Seguridad Nacional:
“Por primera vez en muchos años se ha perdido control territorial por parte de las estructuras institucionales y, lo que tal vez sea peor, se han perdido también estructuras históricas.”
Como en el juego del Go, de lo que se trata es de ganar territorios. Es una lógica de índole militar y asiática, como la del general Giap.
Sería interesante poder entender a qué se refiere el Especialista con eso de “estructuras históricas”.
Me explico Federico: “Hoy queda claro que se teme al delincuente; lo que está en duda es si existe alguna autoridad a la que la delincuencia le tema. Las autoridades funcionales del delito no necesitan ser corruptas; basta con que supongan que el mando lo tienen los delincuentes.”
Para documentar —lluvia sobre mojado— nuestro pesimismo, reléase lo que nos revela Alfredo Méndez el 5 de abril: “El cártel michoacano de La Familia ha consolidado en una década una estructura orgánica similar a la administración de un gobierno estatal.”
El reportero de La Jornada desarrolla la idea: El grupo criminal del suroeste orquesta un sistema de recaudación basado en la extorsión (el pizzo de los sicilianos) y el despojo de propiedades a empresarios del ramo agropecuario.
“Los gatilleros asignan escoltas a alcaldes y funcionarios municipales. Los policías ministeriales enteran a miembros del cártel, antes que a la procuraduría estatal, cuando hay reportes sobre denuncias de secuestros o robos.”
Y para colocarle la cereza al pastelito basta traer a cuento el tráfico de prácticamente todos lo bancos de datos que recaba el gobierno, los negocios bancarios y el IFE. Ya andan en circulación en el mercado negro y en internet, a través del cual hay quien ofrece la información más íntima de todos los mexicanos. Incluso sus números de tarjetas de crédito y de celulares. Hay paquetes que se llegan a vender en 12 mil dólares.
Todos los datos concernientes a nuestras finanzas, nuestras relaciones personales, nuestros horarios, nuestros amigos, se pueden saber. El “Estado” no nos protege.
María de la Luz González ha publicado en El Universal del 21 de abril de 2010 que se pueden adquirir registros de escuelas superiores, como el Politécnico o La Salle, o de otras empresas públicas y privadas. También cuentas de cheques, expedientes del IMSS, cartografía del INEGI, listados de telefónicas. O sea, vivimos en un “Estado” que no controla nada, al que todo mundo traiciona, hasta sus empleados más cercanos.
No es tan descabellada la teoría de que todo esto algo ha de tener que ver con la paulatina pérdida de autoridad política que ha significado el fraude electoral de 2006. Lo que vivimos ahora es una secuela natural y lógica. Primero la presidencia se fue desprestigiando con personajes tan patéticos o cursis como José López Portillo, luego con la grisura y la mediocridad de Miguel de la Madrid, de tan de medio pelo, o las locuras de Carlos Salinas (él y Echeverría han sido de los presidentes menos cuerdos que hemos tenido) o el indescifrable Ernesto Zedillo.
“En todo el territorio nacional hay desgobierno” respondió al gobernador de Chihuahua José Reyes Baeza Terrazas al secretario de Gobernación Fernando Gómez Mont, quien había sostenido en abril de 2010 que el nuevo sistema de justicia penal había producido “desgobierno” en Chihuahua.
El “Estado” en México es una palabra que ya no se puede escribir sin comillas.


Paco Luna: Una poética del poder

UNA POÉTICA DEL PODER
Francisco Luna

Explorar los vericuetos del poder, su definición, su génesis, su práctica, su significado y sentido en estadios civilizatorios localizados en el riel histórico y su expresión en un complejo engranaje de relaciones políticas, financieras y religiosas, tiene, de suyo, el problema o el reto de hacerlo asible y aprehensible en el nivel, al menos, de la enunciación que configura su concepto, imagen, núcleo semántico o su definición cuando las estrategias discursivas posibilitan su (re)invención, su resemantización en el plano de la realidad real o en el de la ficción literaria que lo connota y lo rescata del ocultamiento a que lo destina el discurso político y el de los políticos.
Estamos ante un libro que es un tributo a la inteligencia, en el sentido verdadero y humanista del término. Un ensayo que inventa el sistema conceptual y referencial para sacar el conejo de la chistera, realizar el acto de ilusión literaria para dibujar las caras que el poder tiene en los diferentes espacios y tiempos en los cuales se representa y oculta, se nos muestra y desaparece, o para decirlo en las palabras del filósofo checo Karel Kosik, la forma como se mueve en "un claroscuro de verdad y engaño".
Inventar el poder no es explicarlo con la contundencia que se explica un proceso físico o químico. Inventar el poder desde el periodismo, la literatura, las ciencias sociales, es sugerirlo. Poner el método de documentación y el estilo literario para exponerlo como un tema, un artilugio, un símbolo, un mecanismo, una estructura, una corporación, una forma, un modo de pensarlo y ejecutarlo; un sueño, tal vez, una aproximación, un código, una institución, un designio, un maleficio, un sistema perfectamente diseñado para el control, la intimidación, el terror, la sujeción del súbdito-ciudadano, que como dice Elías Canetti, de rodillas ante el poderoso suplica la gracia y el perdón o se resigna a que sobre él caiga la cuchilla que siega su voluntad y su conciencia. O, de modo contrario, el poder presume, derrocha, se jacta, manda, dicta, obliga, engaña, simula, discrimina, divide, prohíbe, desinforma, vigila, espía, castiga, recompensa, favorece, apapacha, corrompe, induce, niega, otorga, promete, rechaza, seduce, juega. Todo y nada, su único fin es su principio: conservarse.
Pero para conservarse y preservarse, el poder y sus agentes enseñan la cara, la máscara, más exactamente. Imposible descubrirlo. Debajo la máscara hay otra, hay otras. La teatralidad es su elemento: va de la tragedia a la comedia; de la farsa al vodevil. Sus protagonistas son metamórficos, son ángeles y demonios, son rostros humanos o entidades conocidas por los efectos de su acción, de su interacción. Símbolos e instituciones, figuras jurídicas y procedimientos legalizados, puestos de elección popular y corporaciones de legitimidad representados en gobierno y partidos, violencia y propaganda, los cuatro lados que cimientan el monolito, el templo que alberga a Él, el supremo (poder) .
Si digo que es un ensayo inteligente es porque su diseño y arquitectónico aspira, como la desestructuración de sus pirámides, a tender un buen cimiento y sobre ello edificar los niveles, de significación en este caso, que realcen la cúspide que revele, concretice y humanice el poder y sus dispositivos, sus personajes y estrategias.
En el basamento echado con los argumentos que presta la filosofía, la filología, la psicología clínica, la antropología y la literatura, el análisis del poder adquiere corporeidad y ubicación espacio-temporal. ¿Quiénes son sus usufructuarios y representantes? ¿Cómo piensan sienten y se comportan? ¿Cuándo surge la idea y práctica contemporánea del poder en México? ¿Qué estrategias, organismos y coartadas lo sustentan y lo definen?
Sin duda, son los políticos profesionales y los gobernantes los depositarios y guardianes del poder y las instituciones que lo legitiman. Contrariamente a la idea que tenemos de los políticos, que en estos tiempos es difícil distinguirlos de los policías y los mafiosos: su parafernalia es su gatopardismo: las esclavas y los torsales, las suburban y los teléfonos celulares son los distintivos que sintetizan los usos y abusos del poder. Contrariamente, repito, este ensayo propone otra mirada de tales sujetos: la compasión que provoca su miseria, su pérdida del lenguaje y el contacto con la realidad, su mirada parcial de la realidad sacada de reseñas informativas, chismes, rumores, que sus asesores y amanuenses le proveen. Con ellos opera un proceso de Invención de la Realidad pero de modo inverso al que este libro plantea, ellos inventan su realidad negando la realidad, paradójicamente, inventan omitiendo, deformando, falsificando.
Pero qué son los políticos mexicanos sin el Partido, sin el PRI. Seguramente nadie o personajes de la picaresca mexicana, si bien les va. El partido es la agencia que otorga y quita el poder. Dentro de él se vale todo, fuera de él nada. Se alaba, se espía, se arrebata, se bloquea, se congela, se erige, se promueve, se unge y, dicen que ahora hasta se mata. Que me disculpe el exdiputado Sabines: "Yo no lo sé de cierto, lo vi en la tele".
Si bien se ha hecho la metáfora del poder actual con el que se ejecutaba en el pasado prehispánico, pasando por la instituciones virreinales y la forma televisiva en que Porfirio Díaz se lo agenció y preservó en tres décadas, el modo como se define en la actualidad el poder tiene su génesis en la forma como Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles lo disputaron, lo agandallaron constitucionalmente y erigieron con el un país institucionalmente bronco. Jorge Amado dice en Tocaia Grande, cito de memoria:

"Primero el garrote, luego la trampa, después la ley".(Cualquier parecido con el dark side of the mexican power de hoy, es pura profecía literaria).
Pero el poder de los caudillos, su manera de gobernar, su autoritarismo, su sangre fría, se analiza en este libro desde la perspectiva literaria. Son La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán y Pedro Páramo de Juan Rulfo, los paradigmas para configurar una interpretación del origen tramposo y cuatrero de la herencia obregonista del poder y el signo paternalista y cacique del General Calles. Un intento, pues, bien documentado de la transmutación de la historia en literatura y de la literatura en hermenéutica de la historia.
Paréntesis para la autodefensa regional: (¿Somos los sonorenses clasemedieros unos hijos de la tal por cual sólo por la herencia maldita que nos legaron los caudillos, nuestros paisanos? Pues en el capítulo que se titula "La tragedia del presidencialismo", en la página 87 Campbell dice:"Tampoco hay que olvidar que el PRI es de matriz sonorense. Algo ha de haber del modo de ser de no pocos sonorenses en la filosofía pragmática y utilitarista de la clase media: la aceptación del imperio de los vividores como una cosa natural." Creo que la generalidad del juicio se vuelve metonimia y reduce el todo a una de sus partes. Y si el modo metafórico, sinecdóquico, era su definición estilística, el reduccionismo se vuelve pérdida de estilo. ¡Lástima, Margariux!)
Otros elementos que descubren y ejemplifican el poder son la prefabricación del delito, de la culpa, de los delincuentes y culpables, los chivos expiatorios de las transas y los crímenes gestados desde el interior del huevo de la serpiente del poder. Característica por demás vigente e inocultable.
Maquiavelo dixit: "Gobernar es hacer creer", y para hacer creer a los gobernados la realidad que diseña el poder es necesaria la propaganda, es decir, un complejo que amarre a todos los medios masivos de comunicación, escritos y electrónicos, para configurar su verdad y ejercer el poder, desfigurar su rostro verdadero.
Si vuelvo a decir que es un libro inteligente es porque lo escribió un amigo, es porque a pesar del pesimismo con que puede darse un tema tan escabroso y volátil como el poder, tiene en su prosa, en su sintaxis, el optimismo que posibilita la literatura y los discursos alternativos que brotan desde el pasamontañas y el periodismo honrado y sin tapujos. Me atrevo a decir que estamos con este libro ante una poética del poder, finalmente, un libro que ahora hace mucha mucha falta.

Paco Luna: Una poética del poder

UNA POÉTICA DEL PODER
Francisco Luna

Explorar los vericuetos del poder, su definición, su génesis, su práctica, su significado y sentido en estadios civilizatorios localizados en el riel histórico y su expresión en un complejo engranaje de relaciones políticas, financieras y religiosas, tiene, de suyo, el problema o el reto de hacerlo asible y aprehensible en el nivel, al menos, de la enunciación que configura su concepto, imagen, núcleo semántico o su definición cuando las estrategias discursivas posibilitan su (re)invención, su resemantización en el plano de la realidad real o en el de la ficción literaria que lo connota y lo rescata del ocultamiento a que lo destina el discurso político y el de los políticos.
Estamos ante un libro que es un tributo a la inteligencia, en el sentido verdadero y humanista del término. Un ensayo que inventa el sistema conceptual y referencial para sacar el conejo de la chistera, realizar el acto de ilusión literaria para dibujar las caras que el poder tiene en los diferentes espacios y tiempos en los cuales se representa y oculta, se nos muestra y desaparece, o para decirlo en las palabras del filósofo checo Karel Kosik, la forma como se mueve en "un claroscuro de verdad y engaño".
Inventar el poder no es explicarlo con la contundencia que se explica un proceso físico o químico. Inventar el poder desde el periodismo, la literatura, las ciencias sociales, es sugerirlo. Poner el método de documentación y el estilo literario para exponerlo como un tema, un artilugio, un símbolo, un mecanismo, una estructura, una corporación, una forma, un modo de pensarlo y ejecutarlo; un sueño, tal vez, una aproximación, un código, una institución, un designio, un maleficio, un sistema perfectamente diseñado para el control, la intimidación, el terror, la sujeción del súbdito-ciudadano, que como dice Elías Canetti, de rodillas ante el poderoso suplica la gracia y el perdón o se resigna a que sobre él caiga la cuchilla que siega su voluntad y su conciencia. O, de modo contrario, el poder presume, derrocha, se jacta, manda, dicta, obliga, engaña, simula, discrimina, divide, prohíbe, desinforma, vigila, espía, castiga, recompensa, favorece, apapacha, corrompe, induce, niega, otorga, promete, rechaza, seduce, juega. Todo y nada, su único fin es su principio: conservarse.
Pero para conservarse y preservarse, el poder y sus agentes enseñan la cara, la máscara, más exactamente. Imposible descubrirlo. Debajo la máscara hay otra, hay otras. La teatralidad es su elemento: va de la tragedia a la comedia; de la farsa al vodevil. Sus protagonistas son metamórficos, son ángeles y demonios, son rostros humanos o entidades conocidas por los efectos de su acción, de su interacción. Símbolos e instituciones, figuras jurídicas y procedimientos legalizados, puestos de elección popular y corporaciones de legitimidad representados en gobierno y partidos, violencia y propaganda, los cuatro lados que cimientan el monolito, el templo que alberga a Él, el supremo (poder) .
Si digo que es un ensayo inteligente es porque su diseño y arquitectónico aspira, como la desestructuración de sus pirámides, a tender un buen cimiento y sobre ello edificar los niveles, de significación en este caso, que realcen la cúspide que revele, concretice y humanice el poder y sus dispositivos, sus personajes y estrategias.
En el basamento echado con los argumentos que presta la filosofía, la filología, la psicología clínica, la antropología y la literatura, el análisis del poder adquiere corporeidad y ubicación espacio-temporal. ¿Quiénes son sus usufructuarios y representantes? ¿Cómo piensan sienten y se comportan? ¿Cuándo surge la idea y práctica contemporánea del poder en México? ¿Qué estrategias, organismos y coartadas lo sustentan y lo definen?
Sin duda, son los políticos profesionales y los gobernantes los depositarios y guardianes del poder y las instituciones que lo legitiman. Contrariamente a la idea que tenemos de los políticos, que en estos tiempos es difícil distinguirlos de los policías y los mafiosos: su parafernalia es su gatopardismo: las esclavas y los torsales, las suburban y los teléfonos celulares son los distintivos que sintetizan los usos y abusos del poder. Contrariamente, repito, este ensayo propone otra mirada de tales sujetos: la compasión que provoca su miseria, su pérdida del lenguaje y el contacto con la realidad, su mirada parcial de la realidad sacada de reseñas informativas, chismes, rumores, que sus asesores y amanuenses le proveen. Con ellos opera un proceso de Invención de la Realidad pero de modo inverso al que este libro plantea, ellos inventan su realidad negando la realidad, paradójicamente, inventan omitiendo, deformando, falsificando.
Pero qué son los políticos mexicanos sin el Partido, sin el PRI. Seguramente nadie o personajes de la picaresca mexicana, si bien les va. El partido es la agencia que otorga y quita el poder. Dentro de él se vale todo, fuera de él nada. Se alaba, se espía, se arrebata, se bloquea, se congela, se erige, se promueve, se unge y, dicen que ahora hasta se mata. Que me disculpe el exdiputado Sabines: "Yo no lo sé de cierto, lo vi en la tele".
Si bien se ha hecho la metáfora del poder actual con el que se ejecutaba en el pasado prehispánico, pasando por la instituciones virreinales y la forma televisiva en que Porfirio Díaz se lo agenció y preservó en tres décadas, el modo como se define en la actualidad el poder tiene su génesis en la forma como Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles lo disputaron, lo agandallaron constitucionalmente y erigieron con el un país institucionalmente bronco. Jorge Amado dice en Tocaia Grande, cito de memoria:

"Primero el garrote, luego la trampa, después la ley".(Cualquier parecido con el dark side of the mexican power de hoy, es pura profecía literaria).
Pero el poder de los caudillos, su manera de gobernar, su autoritarismo, su sangre fría, se analiza en este libro desde la perspectiva literaria. Son La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán y Pedro Páramo de Juan Rulfo, los paradigmas para configurar una interpretación del origen tramposo y cuatrero de la herencia obregonista del poder y el signo paternalista y cacique del General Calles. Un intento, pues, bien documentado de la transmutación de la historia en literatura y de la literatura en hermenéutica de la historia.
Paréntesis para la autodefensa regional: (¿Somos los sonorenses clasemedieros unos hijos de la tal por cual sólo por la herencia maldita que nos legaron los caudillos, nuestros paisanos? Pues en el capítulo que se titula "La tragedia del presidencialismo", en la página 87 Campbell dice:"Tampoco hay que olvidar que el PRI es de matriz sonorense. Algo ha de haber del modo de ser de no pocos sonorenses en la filosofía pragmática y utilitarista de la clase media: la aceptación del imperio de los vividores como una cosa natural." Creo que la generalidad del juicio se vuelve metonimia y reduce el todo a una de sus partes. Y si el modo metafórico, sinecdóquico, era su definición estilística, el reduccionismo se vuelve pérdida de estilo. ¡Lástima, Margariux!)
Otros elementos que descubren y ejemplifican el poder son la prefabricación del delito, de la culpa, de los delincuentes y culpables, los chivos expiatorios de las transas y los crímenes gestados desde el interior del huevo de la serpiente del poder. Característica por demás vigente e inocultable.
Maquiavelo dixit: "Gobernar es hacer creer", y para hacer creer a los gobernados la realidad que diseña el poder es necesaria la propaganda, es decir, un complejo que amarre a todos los medios masivos de comunicación, escritos y electrónicos, para configurar su verdad y ejercer el poder, desfigurar su rostro verdadero.
Si vuelvo a decir que es un libro inteligente es porque lo escribió un amigo, es porque a pesar del pesimismo con que puede darse un tema tan escabroso y volátil como el poder, tiene en su prosa, en su sintaxis, el optimismo que posibilita la literatura y los discursos alternativos que brotan desde el pasamontañas y el periodismo honrado y sin tapujos. Me atrevo a decir que estamos con este libro ante una poética del poder, finalmente, un libro que ahora hace mucha mucha falta.

Paco Luna: Una poética del poder

UNA POÉTICA DEL PODER
Francisco Luna

Explorar los vericuetos del poder, su definición, su génesis, su práctica, su significado y sentido en estadios civilizatorios localizados en el riel histórico y su expresión en un complejo engranaje de relaciones políticas, financieras y religiosas, tiene, de suyo, el problema o el reto de hacerlo asible y aprehensible en el nivel, al menos, de la enunciación que configura su concepto, imagen, núcleo semántico o su definición cuando las estrategias discursivas posibilitan su (re)invención, su resemantización en el plano de la realidad real o en el de la ficción literaria que lo connota y lo rescata del ocultamiento a que lo destina el discurso político y el de los políticos.
Estamos ante un libro que es un tributo a la inteligencia, en el sentido verdadero y humanista del término. Un ensayo que inventa el sistema conceptual y referencial para sacar el conejo de la chistera, realizar el acto de ilusión literaria para dibujar las caras que el poder tiene en los diferentes espacios y tiempos en los cuales se representa y oculta, se nos muestra y desaparece, o para decirlo en las palabras del filósofo checo Karel Kosik, la forma como se mueve en "un claroscuro de verdad y engaño".
Inventar el poder no es explicarlo con la contundencia que se explica un proceso físico o químico. Inventar el poder desde el periodismo, la literatura, las ciencias sociales, es sugerirlo. Poner el método de documentación y el estilo literario para exponerlo como un tema, un artilugio, un símbolo, un mecanismo, una estructura, una corporación, una forma, un modo de pensarlo y ejecutarlo; un sueño, tal vez, una aproximación, un código, una institución, un designio, un maleficio, un sistema perfectamente diseñado para el control, la intimidación, el terror, la sujeción del súbdito-ciudadano, que como dice Elías Canetti, de rodillas ante el poderoso suplica la gracia y el perdón o se resigna a que sobre él caiga la cuchilla que siega su voluntad y su conciencia. O, de modo contrario, el poder presume, derrocha, se jacta, manda, dicta, obliga, engaña, simula, discrimina, divide, prohíbe, desinforma, vigila, espía, castiga, recompensa, favorece, apapacha, corrompe, induce, niega, otorga, promete, rechaza, seduce, juega. Todo y nada, su único fin es su principio: conservarse.
Pero para conservarse y preservarse, el poder y sus agentes enseñan la cara, la máscara, más exactamente. Imposible descubrirlo. Debajo la máscara hay otra, hay otras. La teatralidad es su elemento: va de la tragedia a la comedia; de la farsa al vodevil. Sus protagonistas son metamórficos, son ángeles y demonios, son rostros humanos o entidades conocidas por los efectos de su acción, de su interacción. Símbolos e instituciones, figuras jurídicas y procedimientos legalizados, puestos de elección popular y corporaciones de legitimidad representados en gobierno y partidos, violencia y propaganda, los cuatro lados que cimientan el monolito, el templo que alberga a Él, el supremo (poder) .
Si digo que es un ensayo inteligente es porque su diseño y arquitectónico aspira, como la desestructuración de sus pirámides, a tender un buen cimiento y sobre ello edificar los niveles, de significación en este caso, que realcen la cúspide que revele, concretice y humanice el poder y sus dispositivos, sus personajes y estrategias.
En el basamento echado con los argumentos que presta la filosofía, la filología, la psicología clínica, la antropología y la literatura, el análisis del poder adquiere corporeidad y ubicación espacio-temporal. ¿Quiénes son sus usufructuarios y representantes? ¿Cómo piensan sienten y se comportan? ¿Cuándo surge la idea y práctica contemporánea del poder en México? ¿Qué estrategias, organismos y coartadas lo sustentan y lo definen?
Sin duda, son los políticos profesionales y los gobernantes los depositarios y guardianes del poder y las instituciones que lo legitiman. Contrariamente a la idea que tenemos de los políticos, que en estos tiempos es difícil distinguirlos de los policías y los mafiosos: su parafernalia es su gatopardismo: las esclavas y los torsales, las suburban y los teléfonos celulares son los distintivos que sintetizan los usos y abusos del poder. Contrariamente, repito, este ensayo propone otra mirada de tales sujetos: la compasión que provoca su miseria, su pérdida del lenguaje y el contacto con la realidad, su mirada parcial de la realidad sacada de reseñas informativas, chismes, rumores, que sus asesores y amanuenses le proveen. Con ellos opera un proceso de Invención de la Realidad pero de modo inverso al que este libro plantea, ellos inventan su realidad negando la realidad, paradójicamente, inventan omitiendo, deformando, falsificando.
Pero qué son los políticos mexicanos sin el Partido, sin el PRI. Seguramente nadie o personajes de la picaresca mexicana, si bien les va. El partido es la agencia que otorga y quita el poder. Dentro de él se vale todo, fuera de él nada. Se alaba, se espía, se arrebata, se bloquea, se congela, se erige, se promueve, se unge y, dicen que ahora hasta se mata. Que me disculpe el exdiputado Sabines: "Yo no lo sé de cierto, lo vi en la tele".
Si bien se ha hecho la metáfora del poder actual con el que se ejecutaba en el pasado prehispánico, pasando por la instituciones virreinales y la forma televisiva en que Porfirio Díaz se lo agenció y preservó en tres décadas, el modo como se define en la actualidad el poder tiene su génesis en la forma como Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles lo disputaron, lo agandallaron constitucionalmente y erigieron con el un país institucionalmente bronco. Jorge Amado dice en Tocaia Grande, cito de memoria:

"Primero el garrote, luego la trampa, después la ley".(Cualquier parecido con el dark side of the mexican power de hoy, es pura profecía literaria).
Pero el poder de los caudillos, su manera de gobernar, su autoritarismo, su sangre fría, se analiza en este libro desde la perspectiva literaria. Son La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán y Pedro Páramo de Juan Rulfo, los paradigmas para configurar una interpretación del origen tramposo y cuatrero de la herencia obregonista del poder y el signo paternalista y cacique del General Calles. Un intento, pues, bien documentado de la transmutación de la historia en literatura y de la literatura en hermenéutica de la historia.
Paréntesis para la autodefensa regional: (¿Somos los sonorenses clasemedieros unos hijos de la tal por cual sólo por la herencia maldita que nos legaron los caudillos, nuestros paisanos? Pues en el capítulo que se titula "La tragedia del presidencialismo", en la página 87 Campbell dice:"Tampoco hay que olvidar que el PRI es de matriz sonorense. Algo ha de haber del modo de ser de no pocos sonorenses en la filosofía pragmática y utilitarista de la clase media: la aceptación del imperio de los vividores como una cosa natural." Creo que la generalidad del juicio se vuelve metonimia y reduce el todo a una de sus partes. Y si el modo metafórico, sinecdóquico, era su definición estilística, el reduccionismo se vuelve pérdida de estilo. ¡Lástima, Margariux!)
Otros elementos que descubren y ejemplifican el poder son la prefabricación del delito, de la culpa, de los delincuentes y culpables, los chivos expiatorios de las transas y los crímenes gestados desde el interior del huevo de la serpiente del poder. Característica por demás vigente e inocultable.
Maquiavelo dixit: "Gobernar es hacer creer", y para hacer creer a los gobernados la realidad que diseña el poder es necesaria la propaganda, es decir, un complejo que amarre a todos los medios masivos de comunicación, escritos y electrónicos, para configurar su verdad y ejercer el poder, desfigurar su rostro verdadero.
Si vuelvo a decir que es un libro inteligente es porque lo escribió un amigo, es porque a pesar del pesimismo con que puede darse un tema tan escabroso y volátil como el poder, tiene en su prosa, en su sintaxis, el optimismo que posibilita la literatura y los discursos alternativos que brotan desde el pasamontañas y el periodismo honrado y sin tapujos. Me atrevo a decir que estamos con este libro ante una poética del poder, finalmente, un libro que ahora hace mucha mucha falta.